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lunes, 30 de noviembre de 2009

El Capital, de Karl Marx (III)

ARTÍCULO ANTERIOR: El Capital, de Karl Marx (II)


5. LAS PLUSVLÍAS Y LOS SALARIOS

(Diferentes modos de explotación de la clase obrera)


La producción de la plusvalía o la fabricación de la ganancia es lo que persiguen absolutamente todas las empresas capitalistas, es la base misma de todo el sistema de producción capitalista. No es entonces extraño que, sabiendo esto, Marx recalcase que el antagonismo entre la clase propietaria de los medios de producción y la clase trabajadora no desaparecería hasta que no desapareciesen las clases sociales mismas


5.1. Los diferentes tipos de plusvalía

- La plusvalía absoluta. Es la que acabamos de ver: se obtiene prolongando la duración de la jornada de trabajo. Si a un obrero se le paga como si trabajase 5 horas cuando en realidad echa 10, la cuota de plusvalía es del 100 %. Si trabaja 15 y cobra por 5 la cuota de plusvalía o el nivel de explotación al que es sometido el obrero es del 150 %. En ambos casos, el tiempo de trabajo necesario para alcanzar el valor de la fuerza de trabajo es de 5 horas, así que las cinco horas restantes en un caso y las 10 en el otro son horas de trabajo adicional o plustrabajo, en las cuales el obrero trabaja gratis, trabaja sólo para el empresario.

- La plusvalía relativa. El interés del empresario en obtener una alta cuota de plusvalía se ve frenado por un obstáculo insalvable: La resistencia del cuerpo humano. La jornada de trabajo no puede prolongarse indefinidamente. Al contrario, gracias a Marx y a los que como él lucharon por mejorar las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera (gracias sobre todo a los trabajadores mismos que con su unión consiguieron asustar a los explotadores), los patronos tuvieron que reducir el número de horas de la jornada laboral.

Parece que con una jornada reducida la cuota de plusvalía tiene por fuerza que reducirse también. Según la nueva situación, una jornada de ocho horas, por ejemplo, el primero de los obreros que antes mencionamos “sólo” trabajaría 3 horas gratis para el empresario capitalista. Pero la realidad es que existe otra forma de elevar la cuota de plusvalía sin tener que aumentar las horas de trabajo: consiste en incrementar la producción de los artículos consumidos por la clase trabajadora, para así bajar los precios y a la vez el valor de la fuerza de trabajo de los obreros mismos.

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En otras palabras, los capitalistas se fijan en que los trabajadores de sus fábricas sólo consumen (porque no tienen dinero para otra cosa) artículos de primera necesidad, como el pan, patatas, garbanzos, el carbón de sus cocinas y estufas…, así que, actuando en conjunto y con la alta conciencia de clase que tienen, producen gran cantidad de estos artículos consiguiendo que bajen los precios.

Antes, el obrero necesitaba ganar 5 oro al día para mantenerse a sí mismo y a su familia, es decir que el valor de su fuerza de trabajo por un día era de 5; pero ahora, como los precios de las cosas que consumen han bajado, el valor de su fuerza de trabajo también ha descendido a 3, es decir que con 3 oro puede comprar lo que antes le costaba 5 (comida y carbón para un día). Pero claro, el patrón no le sigue pagando 5 sino que reduce su salario a 3, y el obrero, aunque proteste, se aguanta porque sigue alimentando a su familia igual que antes, y eso es lo que más le importa en el mundo.

¿Cuál es la nueva cuota de plusvalía que obtiene el empresario? Un 62,5 %. Tras la reducción de la jornada de trabajo conseguida por las luchas obreras la cosa habría quedado así: 5 horas de trabajo necesario y 3 horas de trabajo adicional o plustrabajo. Sin embargo, la nueva treta de la clase capitalista le ha dado la vuelta a la tortilla, pues no se quedaban contentos con “sólo” tres horas de explotación. Ahora, el obrero agota en tres horas el valor de su fuerza de trabajo y las cinco restantes trabaja sin cobrar.

- La plusvalía extraordinaria. Se obtiene gracias al desarrollo tecnológico. El empresario que, en su afán de conseguir el máximo beneficio posible, incorpora los nuevos avances en maquinaria, logra una mayor productividad y así rebaja el coste de los artículos fabricados, con lo cual saca un mayor beneficio vendiendo al mismo precio.

Volvamos para entenderlo mejor a poner de ejemplo nuestra ya conocida fábrica de zapatos (aunque estaría bien que cada uno se inventase uno propio). Supongamos que se sustituye una máquina por otra más moderna, que clava ella sola las suelas de goma a los empeines de cuero a una velocidad que dobla el trabajo de la máquina antigua. Ésta además tenía que ser manejada por dos personas y la nueva lo hace todo ella. Los/as dos operarios/as son recolocados/as en otro momento de la cadena de producción y el resultado es que la fábrica produce 60 zapatos a la hora, exactamente el doble que antes de cambiar la maquinaria. Las cuentas quedarían más o menos así:

Antes
Materias primas 450
Desgaste maquinaria 50
Salario obreros 35
Energías 30
Plusvalía absoluta 35
---------
600 / 30 zapatos = 20 oro por zapato.

Cada zapato cuesta 20 oro, incluyendo ya una cuota de plusvalía absoluta del 100 %. Al cambiar la maquinaria el empresario sabe que no podrá vender los zapatos a más de 20 oro, pero el resultado sería el siguiente:

Después
Materias primas 900
Desg. Maq. 60
Salario 35
Energías 50
Plusvalía absoluta 35
----------
1080 / 60 zapatos = 18 por zapato

El capitalista obtiene una plusvalía extraordinaria de 2 oro por zapato, 120 en total en una hora de trabajo. Lo que ha sucedido es que ha rebajado el coste de su producto (su valor individual) a 18, mientras que el producto sigue vendiéndose en el mercado a 20 (su valor social).

Pero esta diferencia entre el valor individual de un producto y su valor social que supone la ganancia de la plusvalía extraordinaria no suele mantenerse durante mucho tiempo: en cuanto los demás fabricantes de zapatos descubran la nueva maquinaria la incorporarán y volverán a compensar las ganancias.


5.2 Los diferentes tipos de salario

- Sistemas extenuantes de salario:

1. El salario a destajo. Es el que se cobra contabilizando el número de piezas u objetos fabricados por el obrero. “X” por cada suela clavada al empeine, “Y” por cada kilo de naranjas recogido…

Marx lo llamó también salario por tiempo, porque al fin y al cabo, dijo, el valor de cada objeto fabricado se calcula en base al salario de una jornada completa y el número de objetos que consigue fabricar en ese tiempo el obrero más hábil. Por ejemplo, uno de los obreros más veloces suelda 32 barriles de chapa y cobra 16 oro, con lo que el barril soldado se pagará a ½ oro. No será extraño que otro trabajador tenga que echar más horas para llegar a los 16 oro, ni que muchos hagan horas extra para ganar un poco más de dinero.

La finalidad que persiguen los capitalistas al implantar esta modalidad de salario es más o menos la siguiente: en primer lugar el obrero no necesitará a nadie que lo vigile porque él mismo se verá presionado para trabajar lo más rápidamente posible. Segundo, al pagar por piezas el patrón puede rechazar las que le parezcan que no están bien terminadas.

En conclusión, lo que se presenta como una ventaja a la hora de cobrar, se revela como un inconveniente para el/la trabajador/a medio, es decir, para la mayoría de los/as trabajadores/as.

2. Taylorismo. De Frederick W. Taylor, ingeniero norteamericano. La base del taylorismo es como sigue: se coge a uno de los obreros/as más veloces de la fábrica y se cronometra su trabajo a un nivel de intensidad muy elevado, operación por operación. Luego, estudiando estos datos se establece un régimen y unas normas de trabajo. El obrero que alcance las cotas establecidas cobrará más que el que no lo consiga.

3. Fordismo. Hemos visto hace poco un ejemplo de fordismo, cuando hablamos de la plusvalía extraordinaria que ganó el capitalista dueño de la fábrica de zapatos: Sustituyó una máquina por otra más rápida y obligó a los obreros a trabajar al nuevo ritmo. En esto consiste el fordismo, en elevar el ritmo de la cadena de montaje.

4. Participación en los beneficios. Consiste en que el patrón ofrezca un participación en los beneficios de la empresa a cambio de bajar los salarios, con lo que los obreros se sentirán forzados a trabajar más pensando en acrecentar las ganancias del capitalista y a la vez las suyas propias. Este sistema de salario pretende hacer sentir al obrero que están en el mismo barco que el capitalista, y que mientras mejor vayan las cosas más ganarán todos.

- Salario en especie, salario nominal y salario real.

El salario en especie era quizás el más frecuente durante los primeros años del capitalismo. El dueño de la fábrica solía ser dueño también de una tienda (un economato) donde los obreros compraban sin necesidad de usar dinero, se les apuntaba la compra y al final de la semana se le descontaba lo consumido del sueldo. Podemos imaginarnos que rara vez ganaba el trabajador dinero, más bien era lo comido por lo servido. Ésta es una de las situaciones donde mejor se ve lo que quería decir Marx (y otros economistas antes que él) cuando hablaba de que el valor de la fuerza de trabajo equivalía exactamente al coste de la manutención del obrero y su familia.

El salario nominal es el salario expresado en dinero, el que conocemos nosotros mejor. Pero además existe otra forma de expresar el salario, que consiste en atender a las cosas que el asalariado puede comprar con su sueldo. A éste se le llama salario real porque nos dice realmente el nivel de retribución que obtiene el obrero por su trabajo.

Si se encuentran un día dos obreros, uno de Londres y otro de un pequeño pueblo de Escocia, y se cuentan que cobran tres libras a la semana, puede parecerle a ambos que cobran lo mismo. Pero la realidad es bien diferente. Debido a la diferencia de precios entre un lugar y otro, el que vive en Londres puede compran tan sólo la mitad de cosas (probablemente comida) que el otro. Aunque el salario nominal sea igual, el salario real de uno es la mitad del otro.



SIGUIENTE ARTÍCULO: El Capital, de Karl Marx (y IV)


*Estos materiales pertenecen a la colección Acercarse a Carlos Marx, elaborada por Atrapasueños para la Fundación de Investigaciones Marxistas

jueves, 26 de noviembre de 2009

El Capital, de Karl Marx (II)

ARTÍCULO ANTERIOR: El Capital, de Karl Marx (I)


3. EL DINERO SE CONVIERTE EN CAPITAL (De M-D-M a D-M-D’)


3.1. La fórmula de la circulación simple de mercancías

Ya hemos visto que la fórmula de circulación simple de mercancías es M-D-M (Mercancía – Dinero – Mercancía). El vendedor/a cambia su mercancía por dinero para luego adquirir otra mercancía, es decir, cambia un valor de uso por otro utilizando como mediador entre ambos el dinero. El zapatero trabajaba cuatro horas en unos zapatos y cuando los vendía, vendía el producto de cuatro horas de trabajo por un dinero con el que compraba a su vez un producto en el que se habían invertido cuatro horas de trabajo.

El fin último del zapatero es cambiar un valor de uso por otro, vende zapatos y compra alimentos, sillas y mesas, ropa…

La fórmula, en este caso, es M4 – D4 – M4. El zapatero obtiene lo que necesita gracias a su trabajo.


3.2. La fórmula general del capital

Para el empresario capitalista es diferente, se cambian completamente los términos: la fórmula general del capital es D – M – D’. El capitalista no vende para comprar sino que compra para vender, más exactamente, compra para vender más caro.

El fin deseado por el capitalista es simplemente enriquecerse. El punto de partida y el de llegada son lo mismo: el dinero. Desde luego que para que el capitalista tenga éxito en lo que pretende al final del proceso la cantidad de dinero debe haberse acrecentado. La fórmula que persigue nuestro capitalista es D4 –M4 – D6.

Pero, ¿de dónde sale este dinero de más que encontramos?

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3.3. La producción de la plusvalía

Marx llamó a este dinero de más plusvalía o plusvalor, es decir, valor añadido.

Según algunos economistas este excedente nace en el momento de la venta: el capitalista simplemente vende la mercancía por encima de su valor. Por ejemplo, contrata al zapatero y le paga 4 oro por cada par de zapatos, y luego los vende a 6 oro.

Pero Marx no estaba ni mucho menos de acuerdo con estos economistas; él miró las cosas con una perspectiva más amplia, y en vez de sacar sus conclusiones de un solo ejemplo como éste, estudia el proceso de forma general.

Bien, dice, supongamos con estos economistas que la plusvalía surge en el momento de la venta, de vender a 6 oro algo que ha costado fabricar 4 oro. Pero, ¿y ese comprador que se ha gastado 6 en vez de 4? Ese comprador, forjador de metales por ejemplo, se encuentra de repente con que el tiempo que empleaba en fabricar una lámpara de aceite, casualmente 4 horas, no le da para comprar un par de zapatos, que han subido a 6. ¿Qué hace? Pues vende la próxima lámpara a 6. Y se la vende a un granjero, que al notar la subida del precio de lo que compra, sube también lo que vende para no perder dinero.

En poco tiempo encontramos a nuestro capitalista, que se creía más listo que nadie, comprando dos gallinas al granjero a 3 oro cada una cuando antes le costaban solo 2. Es decir que vuelve a gastar lo que antes creía haber ganado.

Para que estos economistas tuviesen razón, nos sigue diciendo Marx, tendríamos que suponer que existe una clase de vendedores que jamás compran, pues sólo así no se gastarían el dinero de más que antes ganaron.

La ventaja que vemos en el análisis de Marx sobre el resto de los economistas se debe a que Marx conocía y manejaba un concepto que los otros desconocían o negaban: el de las clases sociales.

La clase capitalista está compuesta por vendedores, pero también son compradores. Así que según el supuesto anterior. lo que pasaría es que algunos capitalistas se enriquecerían mientras que otros perderían dinero, y pasado un tiempo sucedería al revés, los que antes perdieron ganarían y los otros perderían. Se robarían unos a otros, en palabras de Marx.

Los hechos mostraban otra cosa bien diferente: la clase burguesa se enriquecía en su conjunto. ¿De dónde saca esa cuota de plusvalía? ¿Cómo se incrementa el capital?



4. EL TRABAJO ASALARIADO


4.1. Definición de capital

Acabamos de ver que según Marx el capitalista no consigue su ganancia, la plusvalía, en el momento de la venta, es decir simplemente comprando algo y vendiéndolo más caro.

Si la plusvalía no se da en la venta debe darse por la fuerza en el momento anterior, el momento de la producción.

Vamos a imaginarnos que en la Inglaterra de 1850 un capitalista, que heredó una buena suma de dinero de su familia, decide montar una fábrica de zapatos para aumentar su fortuna. Posee un terreno para ello, y si no, lo compra y construye en él la fábrica. Necesita además la maquinaria (que se ha inventado ya) con sus repuestos y su mantenimiento, la materia prima, el combustible de la maquinaria y del edificio (electricidad o candiles, por ejemplo) y a los trabajadores (la fuerza de trabajo).

La fórmula general del capital se rellena de la siguiente forma:

D –M – (Med Prod / fuerza de trabajo) – Producción de M’ – D’
Dinero – Mercancía (medios de producción, incluyendo materias primas, y fuerza de trabajo) – Producción de mercancía transformada – Dinero.

Dentro de la fábrica encontramos al tatara…nieto de nuestro querido zapatero convertido en obrero proletario, vendiendo su trabajo (en realidad su fuerza de trabajo) al patrón a cambio de un salario.

La palabra obrero proviene de operación, es decir que un obrero es un operador de una maquinaria industrial.

El concepto de proletario es más amplio e implica a todo aquél que por carecer de capital en propiedad, no tiene para comerciar en el mercado más que su fuerza de trabajo (es decir, sus músculos, su cerebro y su tiempo), que se ve obligado a vender como una mercancía a un propietario para sobrevivir.

Lo que obtiene a cambio de vender su fuerza de trabajo es lo que llamamos salario. Marx llamó a este trabajo “trabajo mercancía” porque se trata de una mercancía y que compra y se vende a pesar de ser el tiempo y el esfuerzo de una persona; además está sujeta a las leyes de mercado, mientras más oferta hay de puestos de trabajo, más elevado puede ser el salario que pidan los obreros, y al contrario, si existe más demanda que oferta los empresarios aprovecharán para pagar poco.

El trabajo mercancía o fuerza de trabajo, como todas las mercancías, tiene también un valor de uso y un valor de cambio o propiamente valor. Si recordamos que para Marx el valor de una mercancía viene dado por el coste de producción de la misma, para calcular el valor de la fuerza de trabajo tenemos que atender a sus costes de producción.

¿Y cuáles son los costes de producción de un trabajador, que es quien vende su fuerza de trabajo? Pues aquí tenemos que incluir
1) el coste de los medios necesarios para la existencia del obrero (comida sobre todo, ropa y un lugar donde descansar)
2) el coste de los medios necesarios para el sustento de la familia del obrero (pues cuando un obrero muere o está incapacitado para trabajar debe ser sustituido por otro, la procreación de la clase obrera es fundamental para el capitalismo)
3) los gastos necesarios para la formación del obrero en la profesión que desempeñará

¿Cómo se calcula el valor de la fuerza de trabajo?

El valor de uso de la fuerza de trabajo es, precisamente, que es creadora de valor. En otras palabras, el obrero consume menos de lo que produce.

Sabiendo esto estamos ya en condiciones de responder aquella pregunta que quedó en el aire: ¿Cómo se produce la plusvalía?

Volvamos a la fábrica del capitalista donde trabaja nuestro zapatero y detallemos la inversión que hace y los resultados que obtiene en un día de trabajo:

Materias primas (cuero, caucho, clavos, hilo y pegamento) 2000
Mantenimiento y desgaste de las máquinas 50
Combustible máquinas y fábrica (carbón, electricidad…) 150
Fuerza de trabajo (salario diario de 10 obreros) 200
---------
2400

Durante la jornada de trabajo de ocho horas se han terminado 200 zapatos, tras haberse invertido 2400 oro. Es decir que cada zapato o zapatilla ha costado 12 oro, que es precisamente el precio al que se están vendiendo en el mercado. De esta forma el capitalista no obtiene ninguna plusvalía, así que dobla la producción doblando la jornada de trabajo pero mantiene una cifra sin alterar: el coste de la fuerza de trabajo. Paga al obrero como si trabajase ocho horas pero le obliga a trabajar dieciséis. La cosa queda entonces así:

Materias primas 4000
Mantenimiento y desgaste máquinas 100
Combustible demás energía 300
Salario obreros 200
---------------
4600 / 400 zapatillas = 11,5

Obligando al obrero a trabajar el doble del tiempo de lo que realmente se le paga, el patrón consigue bajar en 0,5 oro el coste de producción de cada zapatilla, con lo que al venderlas a su precio de mercado, 12 oro, gana en total 200 oro que en justicia, según lo trabajado, debía pertenecer al salario de los trabadores.

La plusvalía no es más, entonces, que el beneficio que saca el capitalista explotando a los obreros.



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*Estos materiales pertenecen a la colección Acercarse a Carlos Marx, elaborada por Atrapasueños para la Fundación de Investigaciones Marxistas

lunes, 23 de noviembre de 2009

El Capital, de Karl Marx (I)

0. INTRODUCCIÓN

El Capital. Crítica de la economía política es la obra en la que Marx trabajó durante casi toda su vida. Si recordamos que los primeros estudios que hizo sobre Economía Política datan de los primeros años de 1840, y que su muerte ocurrió en 1883, comprobamos que El capital es fruto del trabajo de más de 40 años. Marx sólo vio la primera parte o el primer libro publicado, pero tras su muerte, Engels publicó otros dos libros, y ya desaparecido éste también, se publicó un cuarto libro que contenía varios cuadernos escritos por Marx pero no publicados antes.

En el prólogo a la primera edición, de 1867, nos dice Marx: "Lo que pretendo indagar en esta obra es el modo de producción capitalista y sus correspondientes relaciones de producción y circulación." Esto, expresado así de sencillo, era nada menos que comprender y describir en su totalidad el sistema económico capitalista, desde el pequeño detalle hasta la ley más general, desde sus orígenes y antecedentes hasta las causas de su previsto final. La pretensión no era pequeña, y el trabajo de Marx (entorpecido frecuentemente por la necesidad de escribir artículos sobre otros temas para ganarse el sustento) tampoco lo fue: el punto de partida son las nociones de Economía más básicas, y desde aquí va creciendo hasta convertirse en uno de los grandes monumentos intelectuales realizados por el ser humano. Economía, filosofía, historia, sociología... materias que ahora se estudian por separado, disciplinas que ahora se enseñan y aprenden en diferentes edificios, aparecen en El Capital ligadas bajo el objetivo de "indagar el modo de producción capitalista y sus relaciones de producción y circulación".

Ante esta perspectiva, nuestra pretensión aquí no puede más que quedarse en intentar explicar con sencillez una línea coherente que va desde la necesidad productiva de la persona hasta el empobrecimiento de la mayoría a manos de una minoría. El recorrido que seguiremos será el siguiente:

1. Las mercancías y el valor. Donde trataremos la producción de objetos y el valor que éstos adquieren al intercambiarse.

2. El dinero. Se verán las funciones que tiene el dinero, entre ellas las de mediador en el intercambio y la medida de los valores.

3. La conversión de dinero en capital. La función del dinero como simple mediador se transforma en el dinero como fin en sí mismo, el dinero como productor de más dinero. Esto se consigue convirtiendo el dinero en capital.

4. El trabajo asalariado. Donde descubriremos por qué el capitalismo es un sistema de explotación necesaria.

5. La plusvalía y el salario. Se describen los diferentes tipos de plusvalía que existen y los modos de explotación de la clase obrera.

6. El proceso de acumulación del capital. Y empobrecimiento del proletariado. Descubriremos por qué con este sistema económico los ricos se hacen cada día más ricos y los pobres son cada vez más pobres.

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1. LAS MERCANCÍAS Y EL VALOR

Ya hemos visto que las personas, para vivir, necesitan transformar la naturaleza, necesitan producir. Estos productos fabricados pueden ser de uso personal o pueden también ser fabricados para cambiarlos por otros productos o venderlos.

La mercancía es el producto que, en lugar de ser consumido por sus productores/as, se destina al cambio o la venta. El agricultor/a se queda con varios kilos de patatas para propio consumo y vende el resto, convirtiéndolo en mercancía. El zapatero/a que hace sus propios zapatos no está fabricando una mercancía, a no ser que no le queden bien y los ponga a la venta.

Los objetos que usamos o consumimos tienen para Marx dos tipos de valor, el valor de uso y el valor de cambio.

- Valor de uso: lo que valoramos del objeto es su utilidad, el uso que podemos hacer de él. Los objetos con un mayor valor de uso son aquellos que cubren nuestras principales necesidades, comer, descansar, aprender...

- Valor de cambio: viene dado por la condición del objeto como mercancía. Si queremos cambiar un producto por otro debemos establecer una proporción entre ambos.

El zapatero, por ejemplo, le cambia los zapatos al alfarero por objetos de barro, al carpintero por objetos fabricados en madera y al campesino por productos de la huerta.

Pero, ¿en qué proporción cambian sus respectivas mercancías? ¿Cuántos pares de zapatos por 20 kilos de patatas? A la hora de establecer estas proporciones, es decir el valor de cambio de cada producto, el valor de uso se deja de lado. Si el zapatero/a le dijese al campesino/a que debía darle patatas todos los días hasta que se le rompiesen los zapatos, el otro le diría que estaba loco.

Vamos a imaginarnos que cada uno expone a los demás su trabajo para ver cómo se llega a medir el valor de cambio de las mercancías:

- Zapatero: Mirad, el cuero de los zapatos no me ha costado nada porque es de piel de una vaca que se me murió el otro día, y el gasto que he hecho en aguja e hilo os lo voy a regalar, pero he pasado cuatro horas trabajando en este par de zapatos.

- Carpintero: Yo he recogido la madera del bosque, así que también me ha salido gratis, y tampoco pienso cobraros el gasto que he hecho en clavos ni en las herramientas (sierra y martillo), pero he estado trabajando en esta silla unas ocho horas.

- Alfarero: Pues yo he usado la arcilla que hay en el arroyo, que por supuesto me ha salido gratis, y mis principales instrumentos de trabajo son el torno que aquí el amigo carpintero me regaló por mi cumpleaños y el horno que el panadero me deja usar si llevo el carbón, sólo tenéis que tener en cuenta que paso una media de dos horas haciendo cada cuenco o jarro que fabrico. Si no calculo mal, a ti te daré dos cuencos por un par de zapatos y a ti cuatro por una silla. ¿Es justo?

- Zapatero: Es justo. Pero ahora mismo no me interesa cambiarte objetos de barro por mis zapatos porque no me hacen falta. Acepto el valor de cambio, 2 x 1, pero en estos momentos tu producto no tiene para mí valor de uso.

Si nos fijamos, de esta conversación podemos extraer dos ideas que ya nos resultan familiares y otra que será nueva, precisamente la que andamos buscando. Sabemos lo que son las materias primas, y sabemos lo que son los medios de producción, el concepto nuevo es aquél sobre el cual nuestros amigos has establecido la base para equiparar sus productos, el tiempo de trabajo. No es difícil de entender, a más tiempo dedicado a la elaboración del producto, más valor de cambio.

Así, el valor final de un producto vendrá dado por el coste de las materias primas necesarias para su elaboración, el coste de los medios de producción (máquinas y herramientas) necesarios para transformar las materias primas y el valor del tiempo empleado por el trabajador en su fabricación.


En nuestro ejemplo:


Materias primas/Coste
Tiempo de producción/Coste
Tiempo trabajado/Coste
Zapatero/acuero, hilo y clavos /gratis
aguja, martillo / gratisColumna 4, fila 2
Alfarero/a
arcilla / gratistorno y horno / gratisColumna 4, fila 3
Carpintero/a
madera, clavos / gratismartillo, sierra / gratisColumna 4, fila 4


¿No os parece que nuestros amigos son muy buena gente? Es que son gente sencilla que se ayudan unos a otros. Ninguno de ellos piensa todavía en enriquecerse, ¿para qué?, con tener algunas cosas básicas (casa confortable, comida, ropa... y relaciones amistosas con los demás) pueden ser felices.

Sin embargo todavía tienen que hacer frente a un problema:

- Pero compañero zapatero, a mí sí que me interesa muchísimo poder disfrutar de tu mercancía, porque mi hija ya comienza a andar (¡sin cumplir un año!) y necesita tener los pies protegidos además de calentitos. ¿No podíamos solucionar esto de alguna forma?



2. EL DINERO

Como solución a este problema se usa el dinero.

Desde antiguo se han usado muchas cosas como moneda de cambio (pieles, sal…), pero poco a poco el uso de los llamados metales preciosos fue generalizándose gracias a sus ventajas sobre el resto de objetos utilizados como moneda: su fácil divisibilidad, su moldeabilidad, duración…

Entre las varias funciones que Marx señala en el dinero-oro, aquí nos interesa resaltar las dos principales. El dinero como medida de los valores y como medio de circulación.


2.1. Dinero como medida de los valores

Para que un objeto pueda tomarse como medida del valor de otro, ha de tener en sí mismo un valor que pueda equipararse al valor del segundo. Por ejemplo, una piedra de 20 gramos de oro tiene el mismo valor que un saco de 100 kilos de trigo, o si vas al mercado te cambiarán la piedra de oro por los 100 kilos de trigo. ¿Cómo es esto posible? ¿Qué tienen en común el trigo y el oro?

La equivalencia que tienen el trigo y el oro sigue siendo la del trabajo humano invertido en ellos. El minero que extrae el metal (20 gramos) y el campesino que siembra cuida y recoge el trigo (100 kilos) han invertido en teoría el mismo esfuerzo humano. Al resultado de igualar entre sí todos los trabajos humanos individuales lo llamó Marx “trabajo social”. El trabajo social necesario para producir 20 gramos de oro es igual al que se necesita para producir 100 kilogramos de trigo.

El oro es un producto como otro cualquiera (también tiene valor de uso como adorno), sólo que es un producto que gracias a determinadas ventajas y al curso de la historia, ha terminado tomando el papel de medida de los valores de todos los demás productos.

Donde antes era: 1 par de zapatos = x sillas = y jarras de barro…
Ahora es: 1 par de zapatos = 2 gramos de oro
1 jarra = 1 gramo de oro
1 silla = 4 gramos de oro

El precio de cada producto se mide por el patrón oro.


2.2. Dinero como medio de circulación

La importancia del uso del dinero para la circulación de mercancías es evidente, visto el problema que antes describimos y que ha quedado resuelto. Ya no hace falta hacer el intercambio de mercancías directamente, sino que basta haberlo hecho antes con cualquier mercancía porque tu trabajo toma ahora la forma de dinero-oro. El alfarero puede comprar los zapatos porque antes vendió productos fabricados por él.

Gracias al dinero, el intercambio (simple) de mercancías toma la siguiente forma:

M – D – M (Mercancía – Dinero – Mercancía)

El/la trabajador/a cambia sus productos por dinero para comprar otras mercancías.


2.3. Otras funciones del dinero

Funciones menores del dinero son las de medio de acumulación (quien no gasta todo el oro que gana puede guardarlo en un cajón sin riesgo a que se pudra o cosas así), las de medio de pago (los pagos a crédito, el campesino compra al ganadero dos mulas pero se las paga tras haber recogido y vendido la cosecha), y la de dinero mundial, porque al ser la moneda de cada Estado diferente, lo que vale en sus relaciones comerciales es el oro.


2.4. La moneda y el papel moneda

El uso del oro como dinero tiene muchas ventajas pero también un inconveniente. En un principio, al acuñarse las monedas, éstas expresaban el precio del metal precioso en que estaban acuñadas. Una libra de plata inglesa (la moneda) pesaba exactamente una libra. Con el tiempo y el uso las monedas iban gastándose y perdiendo peso pero no por ello dejaban de aceptarse en el intercambio de mercancías. Esto se debe a que las monedas, además de expresar su peso en el metal que fuese, tenían una función simbólica. Con el tiempo, esta función simbólica de las monedas fue ganando importancia sobre el propio peso de las mismas, hasta que llegó a separarse definitivamente, como vemos con el uso del papel moneda, los billetes, que son sólo símbolos sin ningún valor en sí mismos (ningún valor de uso).


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*Estos materiales pertenecen a la colección Acercarse a Carlos Marx, elaborada por Atrapasueños para la Fundación de Investigaciones Marxistas

jueves, 19 de noviembre de 2009

Éramos invisibles

Honduras sufrió un duro golpe el 28 de junio, cuando su presidente fue secuestrado y forzado al exilio. Implantando un gobierno de facto, la iglesia, el ejército y la oligarquía se adueñaron de la institucionalidad. A partir de ese día el pueblo de Honduras tomó las calles, levantando al país en pie de lucha. Apoderándose de las calles, con puños y voces alzadas, con miles de kilómetros recorridos, con vías cortadas en todo el país y cientos de acciones combativas, el pueblo hondureño no se rinde.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Política de las crisis y crisis de la política (emancipatoria) (V)

MANUEL MONEREO*
Sep 2009


7. Empezar desde el principio: reconstruirse socialmente en la crisis y fundar una nueva práctica de la política

¿Cómo volver a empezar aprendiendo crítica y autocríticamente de más de cien años de lucha, de tantos sacrificios y tantas muertes? Obviamente la respuesta no es fácil y, desde luego, tiene que ser contestada colectivamente por miles de hombres y mujeres que siguen creyendo en la emancipación del mal social de la explotación y del dominio. Mis propuestas son modestas y no tienen ninguna vocación de ser la alternativa correcta, sino sólo de poner en circulación ideas, análisis, sugerencias para refundar y refundarnos colectiva e individualmente.

La primera cosa consiste (Manolo Sacristán lo señaló hace ya muchos años) en no engañar ni engañarse, es decir, realismo revolucionario o emancipatorio. Analizar el mundo desde sus raíces y hacerlo desde el punto de vista de los de abajo. El movimiento obrero y socialista en un sentido amplio, desde la Iª Internacional pretendió eso: comprender la explotación y encontrar instrumentos eficaces para luchar contra ella. Esta aspiración no deberíamos perderla nunca de vista: denuncia, lucha social, compromiso ético y alianza con la ciencia disponible.

Lo segundo, tomar nota, de una vez por todas, de que los proyectos que durante tantísimos años han dividido, fracturado y sectarizado a la izquierda, ya no tienen razón de ser y, guste o no, están agotados históricamente. No se trata de que nadie renuncie a su propia identidad, sino de esforzarse en la crítica y en la autocrítica de la propia tradición y la búsqueda de un terreno común capaz de impulsar el conflicto social, la unidad programática y formas de coordinación más allá de las actuales definiciones partidistas.

En tercer lugar, una nueva práctica de la política capaz de reconstruir imaginarios colectivos críticos y alternativos. Lo que hace que “los comunes y corrientes” comprometan su tiempo, y muchas veces sus vidas y las de sus familias, por la emancipación es algo más que una teoría justa o una propuesta más o menos acertada. La política, para los de abajo, siempre ha sido una pasión, un sentimiento dotado de razones. La emancipación, más allá de tácticas y de estrategias, ha sido y es un compromiso ético-político. La práctica de la política, los fundamentos de la organización y las relaciones con los ciudadanos y ciudadanas, o tienen este sólido fundamento o la construcción de nuevos nexos entre las personas y las plataformas alternativas, no será posible. Así de simple.

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En cuarto lugar, la reconstrucción de los imaginarios sociales requiere con claridad definir a los enemigos y ponerles cara y ojos. Desde una alternativa republicana, federal y socialista se hace necesaria y urgente una crítica a esta democracia oligárquica y a los grupos de poder económicos y mediáticos que la dirigen. No hablar para los convencidos, sino para las mayorías sociales, explicando bien las cosas, sabiéndonos minoría, pero no resignándonos a serlo permanentemente. Una pedagogía de masas al servicio de la emancipación.

En quinto lugar, redimensionar bien lo electoral-institucional. Aquí también es conveniente no engañarse demasiado. La tendencia a la autonomización de los aparatos políticos e institucionales es parte de una sociedad que tiende a la organización de una democracia oligárquica. La experiencia, todas las experiencias, nos dicen eso, tanto en las formaciones tradicionales como en las nuevas (o no tan nuevas) que se denominan así mismas como alternativas. La lucha por el poder interno y por llegar a ser cargo público va a seguir existiendo y es necesario crear mecanismos de intervención que si no lo impiden, al menos lo amortigüen o lo debiliten.

En esto también hay que ser claro: si queremos la participación activa de los hombres y mujeres, su implicación subjetiva y militante es necesaria una forma-organización democrática y de base. Nadie, y mucho menos los jóvenes, van a dedicar horas y energías, trabajo voluntario, para engordar aparatos y promocionar a unos cargos públicos que, casi siempre, acaban por independizarse de sus bases, renuncian a cualquier práctica alternativa y que pasan de defender el necesario cambio de las instituciones a ser cambiados por ellas.

El mejor antídoto es una forma-organización capaz de reconstruirse en la lucha y en el conflicto social. Para decirlo directamente: la condición previa de una izquierda política es una izquierda social implicada moral y emocionalmente con las clases subalternas y con las personas. El tipo de estructura que vayamos construyendo debe dotarse de una dinámica propia más allá de las contiendas electorales y de las agendas construidas por los medios de comunicación. Esto es lo que significa, entre otras cosas, tener realmente un proyecto autónomo y definir un recorrido político y organizativo desde fundamentos propios.

Se trata de pensar en grande y hacerlo a medio y a largo plazo, prepararse para una larga travesía en el desierto, sabiendo que los plazos no los marcamos nosotros y que nada está dicho de antemano. Las crisis, lo hemos dicho antes, son grandes y poderosos mecanismos para la innovación social y la creatividad de masas: lo que antes parecía imposible en poco tiempo y masivamente, se convierte en un hecho histórico capaz de influir decisivamente en las consciencias de las grandes mayorías hasta convertirlas, en positivo, en mutaciones antropológicas de carácter emancipatorio.

Lo sexto, necesitamos un nuevo tipo de militante. La auténtica revolución debe pasar por aquí, por cambiar nuestras prácticas y nuestras tradiciones, unidas casi siempre a un espíritu estrecho de partido, aplicado, con frecuencia, con sectarismo y hasta con “cainismo”, que termina por degradar la vida interna de las organizaciones y la relaciones entre los y las militantes. Maquinas de desmoralización y caldo de cultivo de todo tipo de oportunismo.

Para explicarlo con claridad: deberíamos constatar la enorme dificultad que hemos tenido históricamente para combinar un proyecto autónomo, un talante unitario y una actitud no sectaria. En el fondo, estamos obligados a distinguir entre el partido-orgánico y el partido-institución, es decir, el partido como bloque alternativo, ideológicamente plural y socialmente complejo, unido (idealmente) por su crítica al sistema de poder existente (partido orgánico), con las distintas formas organizativas en que esta pluralidad se concreta históricamente (partido-institución). Deberíamos aspirar a ser militantes del partido orgánico y no solamente del partido al que le pagamos la cuota. Este es el cambio que debemos hacer cada uno de nosotros y nosotras.


(Este artículo fue publicado en el número 260 de la revista El Viejo Topo).


*Manuel Monereo es politólogo, abogado laboralista y militante histórico del PCE e IU

jueves, 12 de noviembre de 2009

Política de las crisis y crisis de la política (emancipatoria) (IV)

MANUEL MONEREO*
Sep 2009


6. La crisis de las políticas emancipatorias y la permanente cuestión de las alternativas

Llevamos hablando tantos años de la crisis de la política y de sus consecuencias que hemos terminado por cansarnos de una terminología que confunde más que aclara y que no deja demasiado espacio para volver a pensar con “ojos limpios”. Sin embargo, los hechos son los hechos. Lo que se quería decir con aquello de la “crisis de la política” era que se estaban produciendo fenómenos muy significativos en la esfera democrática (abstencionismo electoral, crisis de los partidos de masas, pérdida de peso del conflicto social, etc.) que cambiaban sustancialmente la relación de las personas con la política en un contexto de (norte) americanización de la vida colectiva, tanto en su vertiente privada como en la pública.

La “sobrecarga” que sufrían las crecientemente “ingobernables” democracias (esa era la terminología del primer informe de la Comisión Trilateral) se estaba saldando radicalmente con una separación radical de la ciudadanía de la cosa pública, el Estado mínimo como realidad y la llamada globalización como proceso (ideológico) de naturalización del mercado (capitalista) y de la “despolitización” de las políticas, no sólo, económicas. Al final, la privatización del conjunto de relaciones sociales y económicas se convirtió en una parte decisiva del imaginario colectivo y con ello, la pérdida de entidad de lo que había sido la sustancia de los procesos de democratización y nuestro diferencial, conviene insistir sobre ello, con el sistema político norteamericano: la política como instrumento de transformación social y la democracia como autogobierno de los ciudadanos y ciudadanas.

Pietro Ingrao ha situado desde siempre en el centro de estas transformaciones la emergencia de los “comunes y corrientes” como sujetos políticos autónomos, dotados de un proyecto político preciso y capaces de generar instituciones sociales y políticas propias, como el dato más relevante de la historia moderna europea. Este proceso histórico unió, en la vida real de millones de personas, conflicto de clases, democratización y socialismo. Esto es lo que en gran parte se ha perdido en estos años; cuando se habla de crisis de la política no estamos hablando sólo de fenómenos coyunturales, más o menos significativos, sino que “los comunes y corrientes” ya no sienten, no se comprometen, no actúan desde una conciencia y un imaginario que tenía la emancipación social y política en su centro.

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Ésta ha sido la gran derrota político-cultural. Todo lo demás es secundario. En un momento en que, de nuevo, el capitalismo aparece con todas sus lacras y su profunda incompatibilidad con la vida, las personas, las clases, las fuerzas sociales no sólo no tienen un referente alternativo, sino que, en muchos sentidos, ya no son capaces de pensar y de sentir desde un horizonte alternativo al modo de producir, consumir y vivir de esto que todavía seguimos llamando capitalismo.

Exigir, como se exige a la izquierda en general y a la izquierda anticapitalista en particular, el rápido y urgente despliegue de alternativas, no deja de ser una ilusión. Alternativas las hay, siempre las ha habido: dotarse de un programa y de una estrategia de salida del capitalismo en crisis. Esto nunca fue una operación teórica donde bastaba reunir un grupo de cuadros intelectuales y obreros para producir una propuesta o un esbozo de propuesta; siempre fue algo más, en su base: la capacidad de organización, de ilusión, de lucha y muchas veces de desesperación de las grandes mayorías. El problema es que, para una parte consistente de los asalariados, de los trabajadores y trabajadoras no parece creíble y, seguramente, hasta poco necesario, un programa de transformación social más allá del modelo económico dominante.

Para decirlo con más claridad: ¿cómo luchar por una alternativa de sociedad y de poder cuando las mayorías sociales realmente existentes han perdido la confianza o no creen que esto sea posible? O dicho de otra forma: los que estamos por el socialismo, en cualquiera de sus acepciones, somos una minoría muy minoritaria, extremadamente dividida y socialmente muy aislada.

Hay otro asunto que conviene destacar aquí y que suele pasar inadvertido en los debates de la izquierda cuando se habla de alternativas. Me refiero a la Unión Europea. La crisis de la política tiene mucho que ver también con la deconstrucción del Estado-nación ante el doble embate de la globalización capitalista y de la llamada integración europea. El “papanatismo europeísta” que ha atravesado a la opinión pública, a la publicada y al conjunto de la izquierda social y política, ha impedido un análisis riguroso del tipo de construcción europea que efectivamente se iba llevando a cabo más allá de las diversas y casi siempre manipuladas campañas propagandísticas de las instituciones de la Unión.

No es éste el lugar (algunos lo hemos hecho con fuerza desde hace años) para hacer una crítica completa de la UE. El Estado español, desde el punto de vista socioeconómico es, en muchos sentidos, una “comunidad autónoma” de una Europa que ha constitucionalizado el neoliberalismo, que ha concentrado enormemente el poder económico en una oligarquía financiera e industrial extremadamente influyente y que, de modo creciente, han ido sustrayendo a la soberanía popular las decisiones fundamentales de la política económica. De hecho, se ha ido construyendo (con la complicidad consciente de los gobiernos) una constitución material diversa de las formalmente existentes en cada uno de los países y que ha tenido como consecuencia fundamental la progresiva desaparición del Estado social y de sus complejos mecanismos de control del mercado, promoción de la igualdad material y lucha por una democratización efectiva.

La “pinza” entre la globalización de un lado y de la UE de otro, ha contribuido poderosísimamente a homogeneizar a las fuerzas políticas, a sustraer las decisiones relevantes del control de los órganos representativos, propiciando un distanciamiento de enormes dimensiones entre lo político y las demandas y aspiraciones de la ciudadanía. Hasta hace poco tiempo, unos y otros hemos defendido que ante dilemas de tal magnitud la única alternativa posible era convertir esta Unión Europea en los Estados Unidos de Europa. Por lo que parece, de nuevo, confundimos deseos con realidad.

Es cierto que cualquier alternativa seria desde la izquierda necesita también de cambios radicales en la estructura y funcionamiento de la Unión Europea. Ahora bien, este tipo de integración europea no está dirigida a crear unas instituciones y unos sujetos políticos de lo que podríamos llamar el poder instituyente del pueblo europeo, más allá de los Estados-nación realmente existentes. Esta integración lo que ha conseguido es sustraer a la soberanía popular (del Estado nación, que hasta ahora es la única soberanía que hemos conocido en Europa) la definición, las reglas y los objetivos de las políticas económicas para imponer las consagradas en los tratados, es decir, neoliberalismo
puro y duro.


(Este artículo fue publicado en el número 260 de la revista El Viejo Topo).




*Manuel Monereo es politólogo, abogado laboralista y militante histórico del PCE e IU

lunes, 9 de noviembre de 2009

Política de las crisis y crisis de la política (emancipatoria) (III)

MANUEL MONEREO*
Sep 2009


4. La centralidad de la política: No hay salidas económicas de la crisis

Las políticas en curso ponen de manifiesto que no hay solo salidas económicas de la crisis, más precisamente, que las salidas son, en un sentido u otro, siempre políticas. Cuando se trata, como la presente, de una crisis básica, es decir, que afecta al conjunto de las relaciones sociales, a las relaciones internacionales de fuerzas y a la distribución del poder entre las clases y los estados convendría no olvidar la dramática historia del movimiento obrero y de las fuerzas políticas comprometidas con la emancipación social.

Si algo nos enseñó Antonio Gramsci es que las crisis del capitalismo no van en una sola dirección y no garantizan una salida socialista. En muchos sentidos, podríamos definir al comunista sardo como el político que abrió, en condiciones de derrota, el debate sobre las políticas emancipatorias desde la crisis del capitalismo imperialista.

El primer elemento de su enseñanza, conviene remarcarlo, es que no existe, sin más, una relación de causalidad entre crisis económica, crisis social y crisis revolucionaria. El asunto es mucho más complejo y admite diversas direcciones y líneas de fuerza en una realidad múltiple donde se concreta una trama de poder que relaciona base y sobreestructura, fuerzas políticas organizadas e imaginarios colectivos y tradiciones culturales, en marcos nacionales dados.

El segundo es que el modo “normal” de funcionamiento del capitalismo implica crisis económicas recurrentes y que éstas son inevitables aunque –y aquí la experiencia de los sujetos vale mucho– sus efectos económicos y sociales puedan, hasta cierto punto, amortiguarse. Baste como ejemplo lo siguiente: si algo enseña la crisis que estamos viviendo es que Estados que tienen un gasto público como los europeos, en torno al 40% del PIB, tienen una autonomía y una capacidad de maniobra macroeconómica que, si bien no alcanzan la fuerza necesaria para evitar las crisis, les otorga capacidad para influir sobre ellas, paliar sus efectos sociales y propiciar salidas de las mismas, al menos hasta ahora.

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En tercer lugar, la evolución de la crisis dependerá de la relación de fuerzas existente, teniendo en cuenta que la propia crisis modifica la estructura social, las percepciones de los sujetos y los marcos ideológicos y políticos de referencia. Para decirlo con contundencia: no hay salidas económicas de las crisis, sino salidas políticas. Este es un elemento decisivo que rompe con cualquier reducción economicista y que pone el acento sobre la subjetividad organizada, sobre las ideas y la esperanza de los trabajadores y las trabajadoras en un mundo que cambia de base y que abre posibilidades de transformación política y social que no están dadas a priori.

En cuarto lugar, la crisis es siempre etapa de excepción que rompe con las “normalidades” y que genera disponibilidades sociales y políticas nuevas y abre también el territorio de lo imprevisible, de lo incontrolable y, esto es relevante, de la creatividad social. Cómo afectan los cambios socioeconómicos a los imaginarios sociales consolidados, la rapidez y la contundencia de éstos y la emergencia de nuevos sentidos y orientaciones subjetivas, son los datos esenciales para situarse bien e intervenir conscientemente en la crisis. El viejo y derrotado Gramsci, como teórico de las sobreestructuras políticas y culturales, nos dio muchas “pistas” y “atisbos” que debemos hacer nuestros como formas de problematizar un mundo que mucho ha cambiado y, en muchos aspectos, para peor.

En este sentido, insistimos, no se pueden subestimar los aspectos político-culturales o culturales fuertes en la definición de las posibles salidas. Si algo ha caracterizado al neoliberalismo ha sido su
capacidad para “producir” personas, seres concretos funcionales al modo de vivir y hasta de soñar del neoliberalismo. El concepto de “mutación antropológica” definido en los años sesenta por Pasolini muestra toda su potencialidad para entender los cambios en las consciencias y en los comportamientos de unas clases subalternas colonizadas por las poderosas industrias culturales, de entretenimiento y consumo del capitalismo en su fase tardía.

5. La doble crisis de la economía española: el largo despertar de un sueño y la búsqueda desesperada de nuevos referentes

Si se veía venir la crisis a nivel global, aquí estaba cantada. El modelo o patrón de crecimiento se sabía que era insostenible económica, ecológica -y al final, sólo al final-, socialmente. Han sido más de doce años de crecimiento y nuestro mundo real y el imaginario, así como nuestra situación en él, cambió sustancialmente. Si algo nos ha enseñado Naredo en esta historia, es la profunda relación existente entre el “ladrillo”, las burbujas financieras, el creciente deterioro ecológico y el consenso socialmente construido, cuando se organizan como fundamento de un determinado patrón económico y de poder.

La política siempre ha estado por delante y por detrás, articulando, mediando y cohesionando un bloque económico y social que ha tenido a la oligarquía financiera e inmobiliaria en su núcleo central. La otra cara del asunto sin la cual nada hubiese sido posible, es la corrupción. Hablar de esto es políticamente incorrecto, pero hay que enfrentarse directamente con la realidad. Ésta ha sido general, de arriba abajo y de abajo a arriba y las gentes lo sabían y lo saben.

El consenso social también se ha basado en eso, en aceptar la corrupción de los políticos como parte de nuestra normalidad. Por eso, políticos socialmente reconocidos como corruptos son de nuevo masivamente votados, cuando no aclamados por sus poblaciones y hasta legitimados bajo el principio de que si todos roban, “estos al menos hacen algo”. Se llega hasta el esperpento moral de preguntarse por qué los pobres cuando acceden a un cargo público no pueden vivir como los ricos.

No sabemos mucho acerca de cómo están viviendo los trabajadores la crisis y cómo la sienten aquellos que la están sufriendo directamente, pero intuimos que la historia, repetida una y otra vez por el gobierno y por los medios de que existen “brotes verdes” y que lo peor de la crisis ya ha
pasado, será acogida con esperanza por una gran parte de la población que ha vivido la crisis como un amargo despertar. En parte se trata de una cuestión de percepciones. No se ve el mundo de la misma forma pensando que el paro es algo coyuntural y que la crisis toca a su fin, que aceptar sin más que estamos ante una profunda crisis del capitalismo realmente existente y que, además, esta crisis converge en España con la de un patrón de crecimiento que nos ha situado en muy poco tiempo ante la realidad de nuevo del paro, de la restricciones en el consumo y, sobre todo, en la inseguridad permanente, es decir, el miedo ante el futuro.

Todo va a depender de la duración e intensidad de la crisis. Por lo que sabemos, ésta va a ser larga y profunda, y muchos de los fundamentos culturales y de los valores socialmente asumidos se van a modificar -se están modificando- en un plazo breve. La reacción al miedo es siempre la búsqueda de la seguridad.

El gobierno nos ofrece un placebo: la crisis es solo coyuntural y de pronta salida. La derecha económica y social, que conoce bien el asunto, se prepara para combinar un fuerte intervencionismo del Estado con la restricción de los derechos sociales y económicos de los trabajadores, es decir, la continuación del neoliberalismo por otros medios; la derecha política hace un uso alternativo de la crisis como instrumento para derrotar al gobierno, repitiendo las viejas consignas del periodo de Aznar y dando muy pocas pistas sobre su programa real y, sobre todo, esperando que la agravación de la situación social les lleve en volandas a la Moncloa; mientras, la izquierda social y sindical apenas si comprende el carácter de la crisis y busca salidas que en ningún caso cuestionan el patrón de poder que organiza y articula el modelo económico hoy dominante.

El debate real sería este: ¿se pueden defender los derechos sociales y políticos sin modificar sustancialmente las relaciones de poder? No parece posible, porque no se trata de salir de la crisis sino del neoliberalismo en crisis, sabiendo –y es necesario insistir sobre ello– que detrás del modelo de crecimiento hay un patrón de poder que es necesario derrotar, que no caerá por sí solo y que existe el peligro de que el bloque de poder acabe recomponiéndose en y desde la crisis.

Esas son las cuestiones de fondo y estos son los desafíos objetivos que de una u otra forma debemos responder los que estamos comprometidos con las mayorías sociales. Si se me permite, con aquellos que en esta dramática historia seguimos teniendo un punto de vista de clase. Lo que no se puede decir, como se dice y se hace, es que esta crisis es tan grave o más que la del 29 y a reglón seguido, proponer viejas y gastadas recetas, como si se tratase de una simple recesión económica. No se trata de mala lógica sino de un mal análisis y de una estrategia equivocada. Tratar una tuberculosis como si fuera un simple resfriado.


(Este artículo fue publicado en el número 260 de la revista El Viejo Topo).


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*Manuel Monereo es politólogo, abogado laboralista y militante histórico del PCE e IU

jueves, 5 de noviembre de 2009

Política de las crisis y crisis de la política (emancipatoria) (II)

MANUEL MONEREO*
Sep 2009


c) La financiarización de la economía mundial ha sido un instrumento decisivo en el proceso de recomposición hegemónica del capitalismo y en la derrota de la izquierda sindical y política en casi todas partes.

¿De qué hablamos cuando decimos financiarización? Nos referimos, en primer lugar, al predominio de grupos de poder económico ligado al entramado financiero-monetario internacional y a su control del conjunto de la economía. Se trata de la conformación de una plutocracia mundializada que impone sus reglas a los Estados, domina a las empresas y define los criterios de las políticas económicas que aplican los organismos internacionales.

En segundo lugar, sitúa la especulación en el gobierno de la economía y de la sociedad. La libre circulación de capitales, las desregulaciones, las privatizaciones y el saqueo de los bienes públicos se han puesto abiertamente al servicio de una minoría en busca de ganancias extraordinarias. Lo demás vino como consecuencia: la puesta en disposición de sofisticadísimos instrumentos financieros encadenados ad infinitum, articulados en arquitecturas piramidales cada vez más complejas y peligrosamente interconectadas; los procesos interminables de fusiones y adquisiciones sucesivas, basados en el endeudamiento creciente y en la lógica de lo que se ha dado en llamar ”la maximización del valor del accionista”.

En tercer lugar, ha cambiado sustancialmente la vida de las empresas. Son los llamados inversores institucionales los que imponen sus criterios –la famosa regla del 15% como rendimiento– asegurándose la fidelidad de los gerentes –implicados de diversas formas en los beneficios de la empresa– y transfiriendo los riesgos hacia los trabajadores. La autofinanciación, la dependencia creciente de la marcha de las bolsas y del valor de las acciones, la preocupación gregaria por los rendimientos y la represión salarial, configuran así un tipo de organización social que hace de las relaciones laborales y del manejo de la fuerza de trabajo la clave del beneficio empresarial.

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En cuarto lugar, la creciente dependencia de las personas de las instituciones financieras. El dato tiene muchas consecuencias sociales y culturales. En general, las políticas neoliberales han tenido como resultante básica la depresión salarial y el retroceso de las rentas provenientes del trabajo. El incremento de beneficios empresariales no se ha dirigido a la acumulación productiva sino a la especulación financiera. Los viejos y siempre existentes problemas de realización, así como la imparable tendencia a la sobreproducción, reaparecen con muchísima fuerza.

En este contexto, el endeudamiento ha sido un instrumento muy poderoso para amortiguar las tendencias negativas antes indicadas y dar capacidad de compra a los sujetos de unas rentas salariales deprimidas. La dependencia de las familias del crédito y su endeudamiento creciente para comprar la vivienda, para incrementar sus consumos o simplemente para dar cierta seguridad a su futuro vincula estructuralmente a los asalariados con las instituciones financieras, en lo que Lapavitsas ha definido como un proceso de “expropiación financiera”, es decir, la clase trabajadora es explotada o mejor dicho sobreexplotada, en el proceso productivo y expropiada por las instituciones financieras, en un complejo sistema de mercantilización del conjunto de las relaciones sociales.

d) La cuestión de la hegemonía norteamericana en la crisis actual: Giovanni Arrighi, citando a Braudel, ha remarcado que la financiarización es siempre el “otoño” de una potencia dominante; es el dato básico de una crisis de hegemonía que intenta ser evitada o amortiguada precisamente, financiarizando la economía internacional, como un penúltimo recurso para evitar un declive anunciado.

No es este el lugar para discutir con la extensión y el rigor que merecen las tesis que sobre los ciclos sistémicos de acumulación y sus complejas relaciones con los ciclos de hegemonía Giovanni Arrighi ha ido analizando en un conjunto de trabajos admirables, siguiendo una estela abierta por la escuela del sistema mundo que tiene a Immanuel Wallerstein como referente principal. La tesis básica es que estaríamos ante una transición sistémica en la cual el centro del poder político y económico se iría desplazando desde EEUU hacia el mundo asiático organizado en torno a China, potencia hegemónica emergente.

No es casual tampoco que el debate sobre el largo declive de EEUU haya tenido contundentes respuestas en América Latina entre intelectuales y científicos sociales (Fiori, Atilio Borón, Emir Sader). La complejidad del asunto requeriría de muchas matizaciones y de encontrar un terreno
donde las estrategias políticas e intelectuales convergieran más o menos armoniosamente y, sobre todo, distinguir los ciclos cortos y largos de nuestra historia presente.

La decadencia hegemónica de una potencia político militar que tiene cerca de mil bases militares en el mundo y que gasta ella sola más de la mitad del presupuesto militar mundial, tiene paradojas que en el terreno de la política concreta invita a reflexiones teóricas y prácticas de alcance no menor. Si tenemos en cuenta que el declive hegemónico de Gran Bretaña duró casi cincuenta años, podríamos afirmar que se puede vivir en decadencia durante mucho tiempo y seguir siendo un obstáculo formidable a cualquier impulso emancipatorio nacional o social. Es más, la capacidad de EEUU para crear alianzas estables ha sido una constante histórica de su tipo de hegemonía y esta se ha puesto de manifiesto brutalmente, en esta etapa de crisis sistémica que tiene su centro precisamente en esa potencia.

Ahora bien, la tesis que mantenemos es que el centro donde se anudan todas las contradicciones del presente radica en EEUU y en su modo de ejercer la hegemonía económica, política, militar y cultural sobre el planeta. El desafío neoliberal, el nuevo régimen monetario internacional y la globalización financiera tienen que ver centralmente con las dificultades de EEUU para perpetuar unas relaciones de poder internacional que desde los años setenta se encuentran cuestionadas. Sin esta limitación no entenderíamos uno de los rasgos decisivos de la presente crisis económica internacional y las enormes dificultades para salir de ella, que implicarían, entre otras cosas, una reestructuración de las reglas básicas que configuran hoy las relaciones internacionales.

Baste, para entender lo que estamos diciendo, saber que la economía norteamericana necesita para cuadrar sus cuentas y cubrir su déficit unos tres mil millones de dólares diarios; y que el sistema de relaciones económicas configurado a partir de los años ochenta se basa en la paradoja poco conocida pero enormemente sobresaliente de que el resto de mundo aporta su ahorros para que EEUU siga siendo una poderosa máquina de consumo. De esta manera, el sistema financiero monetario internacional se configura como un mecanismo que traslada este ahorro (en torno al 50% del ahorro mundial) hacia los EEUU para que éstos puedan relanzar su consumo interno y, como se ve en la crisis hipotecaria norteamericana, seguir endeudando masivamente a las familias. Para decirlo con brevedad, desde los años ochenta EEUU es una economía parasitaria en decadencia que usa y abusa de su poder monetario financiero para perpetuar un sistema económico profundamente desigual, depredador de las riquezas ajenas y con una huella ecológica incompatible con la vida del planeta.

Al final, se ve aquello que Lenin, con perdón, decía con mucha contundencia: que la economía es la política concentrada y, diríamos, cristalizada en unas determinadas relaciones de poder. La moneda es poder y la economía refleja unas relaciones de fuerzas que sólo se pueden perpetuar con los instrumentos, más o menos legitimados, de la violencia. Si algo debemos al aporte intelectual de Harvey es su idea, ampliamente argumentada, de que la llamada “acumulación primitiva” de la que nos hablaba Marx es un rasgo permanente de la economía-mundo capitalista, lo que él ha denominado “acumulación por desposesión”. Violencia, uso regulado o no de la fuerza y poder militar, es el marco sin el cual la economía nunca se acabaría de entender.


(Este artículo fue publicado en el número 260 de la revista El Viejo Topo).




*Manuel Monereo es politólogo, abogado laboralista y militante histórico del PCE e IU

lunes, 2 de noviembre de 2009

Política de las crisis y crisis de la política (emancipatoria) (I)

*MANUEL MONEREO
Sep 2009

1. El final de una ilusión y el retorno de un mundo duro y terrible

El nuestro ha sido el despertar de un sueño largamente anhelado, un sueño que ha unificado clases y grupos sociales, partidos y pensamientos; una cultura se ha ido asentando, convirtiendo a muchos españolitos y españolitas en triunfadores, los campeones de una liga (europea y mundial) que nos situaba entre los mejores. Zapatero dixit: primero alcanzaremos a Italia, después a Francia y, más allá, todo o casi todo para un pueblo que supera sus atavismos históricos y se incorpora al pelotón de los ganadores. Algunos, más cultos, hablaron de plena integración en la modernidad. ¡Qué inmenso complejo de inferioridad!

Se trata del final de un sueño. La primera reacción es de incredulidad: esto no puede pasar y si pasa, será necesariamente breve. Lo dicen los “neutrales” medios y el siempre preclaro gobierno español lo anuncia: “brotes verdes”. Después, incertidumbre y miedo: ¿será posible de nuevo? ¿nos encontraremos como en los 70?, es decir, paro, retroceso en el nivel de vida y restricciones en el consumo. ¿Cómo se pagarán las hipotecas? ¿cuál trabajo y qué tipo de trabajo? La situación actual del precariado oscila entre la marginalidad liberadora y el colchón familiar. Mañana, seguramente, rabia, impotencia y frustración, deseo de volverse a dormir para engarzar con un sueño que era bueno y confortante y que apenas se ha podido vivir. Al final, todo dependerá de la duración y de la intensidad de la crisis.

Parece claro que el debate real está entre los que argumentan –los datos están ahí y no se pueden negar– que estamos ante una recesión global, y aquellos que pensamos que esta recesión abre una inédita y compleja depresión también global. Una y otra posición están de acuerdo en algo fundamental: nada será ya igual que antes y muchas, muchísimas cosas van a cambiar a medio y largo plazo.

Otro dato concita muchos acuerdos: la crisis española es específica y se tardará mucho en salir de ella. Zapatero, con mucho oportunismo e intuición, parece que toma nota. De hecho, en España convergen dos crisis que se alimentan mutuamente: la crisis económica internacional y la crisis del patrón de crecimiento dominante en los últimos doce años.

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2. Descripción: del virus mutante al efecto boomerang

La metáfora del virus mutante es de Jacques Sapir: primero, crisis de las subprime y del entero sistema hipotecario norteamericano; después, el virus muta: crisis financiera norteamericana y su extensión al conjunto del sistema financiero mundial. Más tarde, una nueva mutación vírica: la economía real recibe ya todos los efectos negativos y se desencadena, por ahora, una recesión global. El retroceso de la economía real agrava la crisis financiera, el efecto boomerang, en un juego pernicioso donde el “efecto riqueza inverso”1 y la activación de los famosos CDS (credit default swaps)2 se engarzan y se autoimpulsan. La contracción del crédito, la devaluación radical de los activos, la brusca caída de la demanda y la insolvencia general, agravan la situación de las empresas y de las familias y sitúan al sistema financiero ante nuevas dificultades. Un sistema, digámoslo claramente, en quiebra en todas partes.

La primera cuestión que hay que señalar con rotundidad es que esta es una crisis anunciada. No se sabía, obviamente, la fecha y la hora, pero que todo el andamiaje de la llamada “globalización financiera” tenía una “inherente tendencia a la inestabilidad y la crisis” (Hyman Minsky) era un dato de la realidad difícil de ignorar aunque fuera ocultado sistemáticamente por los gobiernos, las organizaciones internacionales y los medios de (des)información; estos últimos, colaboradores consciente y necesarios en la “heroica” tarea de no alarmar, no crear incertidumbres y defender “patrióticamente” la economía nacional. Los avisos eran cada vez más atronadores y los destrozos cada vez más grandes: México 1994, crisis asiática 1997-1998, crisis rusa 1998, Brasil 1999, Estados Unidos 2001-2022, crisis de los punto.com y “el corralito” argentino, etc. Así, según Susan George, hasta más de cien crisis financieras en los últimos veinte años. En este contexto, decir que la crisis pilló de sorpresa a los gobiernos y a las entidades es mentir descaradamente y no reconocer algo decisivo: que el modo normal de funcionamiento de la globalización neoliberal ha sido la creación y recreación de burbujas sucesivas que agravaban la crisis y donde la anterior creaba y alimentaba las condiciones para la posterior. No sin razón, Robert Brenner ha podido definir esta etapa abierta tras la crisis de los 70, como la de una “economía política de la burbuja” o, para decirlo como lo hace John Bellamy Foster, como la configuración de un tipo de acumulación de “capital monopolista financiero” .

3. El núcleo geoeconómico de la crisis y su centro de anudamiento geopolítico: la hegemonía de los EEUU en el centro de todas las batallas

Hay cuatro cuestiones especialmente relevantes que se entrelazan y anudan en estos escenarios: a) las políticas neoliberales; b) el nuevo régimen financiero internacional; c) la financiarización de la economía y d) la crisis de hegemonía de los EEUU.

a)Veinte años de hegemonía neoliberal demuestran con mucha claridad su carácter de clase y (contra) revolucionario. El objetivo era –Harvey lo ha señalado con mucha fuerza– restaurar el poder de las clases económicamente dominantes y hacer retroceder sustancialmente los derechos históricamente conquistados por el movimiento obrero organizado en particular, y la ciudadanía en general, después de dos guerras mundiales y millones de víctimas que las clases subalternas, como siempre, dejan como tributo a mayor gloria de unos cambios históricos siempre reversibles y provisionales.

El “Estado social” (como instrumento de control y regulación de los mercados), la “democracia de masas” (como modo de intervención y participación política de los trabajadores) y el “pleno empleo” (como objetivo central de las políticas económicas y fuente del poder social de la clase obrera en la fábrica y en la sociedad) se convirtieron en enemigos a batir en un proceso de “lucha de clases organizada y dirigida desde arriba”, audazmente puesto en práctica, en el cual se combinaban el uso reaccionario del aparato del Estado, la ofensiva político-cultural y unas exitosas alianzas sociales al servicio de un individualismo de masas sólidamente implantados en los imaginarios colectivos, colonizados por los medios de manipulación y demás industrias de la organización del entretenimiento. La derrota de la experiencia del “socialismo real” cerró el circulo y legitimó la nueva cultura hasta convertirse, tal era su predominio, en el sentido común de una época, en el “pensamiento único”.

b) No fue casual que el epicentro de la contraofensiva estuviera situado en el mundo anglosajón y específicamente en los EEUU. La crisis del sistema de Bretton-Woods, en un contexto de gravísima crisis económica y de cuestionamiento de la hegemonía norteamericana, ponía de manifiesto que se había entrado en una fase sustancialmente nueva y que el orden surgido después de la segunda guerra mundial ya no respondía a la correlación de fuerzas entre las clases y los Estados.

Lo ocurrido después enseña mucho y convendría no olvidarlo en este complejo presente. No sin dificultades, las clases dominantes norteamericanas respondieron duramente y consiguieron restablecer su hegemonía por una larga temporada. El “golpe” de Nixon de agosto de 1971, suspendiendo la convertibilidad del dólar en oro, inició una etapa de conflicto y de inestabilidad que tendría su continuidad en el “tratamiento de choque” de Volcker –de Octubre del 1979 hasta agosto de 1982– consistente, entre otras medidas, en subidas brutales de los tipos de interés y el retorno a la ortodoxia monetario-financiera. Esta política provocó una descomunal recesión económica mundial, la desestructuración de la clase obrera y de la entera industria norteamericana, la crisis de la deuda de tercer mundo y el surgimiento de un nuevo régimen monetario internacional, al que Peter Gowan ha denominado “sistema Dólar-Wall Street”. Desde ese momento, la Reserva Federal y el Tesoro conseguirían libertad absoluta para hacer y deshacer con su monedapapel, sin más respaldo que su control del sistema financiero internacional y su indiscutida capacidad política y militar. En definitiva, una verdadera “destrucción creativa” al servicio de una gigantesca reestructuración económica y social que modificó sustancialmente la correlación de fuerzas existente, garantizó el monopolio del sistema financiero norteamericano y, lo que era más importante, impulsó lo que se dio en llamar la globalización y la hegemonía de las políticas neoliberales. No fue, por tanto, poca cosa.


(Este artículo fue publicado en el número 260 de la revista El Viejo Topo).


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*Manuel Monereo es politólogo, abogado laboralista y militante histórico del PCE e IU


1 El llamado efecto riqueza aparece cuando se incrementa el valor de los activos, independientemente de los ingresos..

2 Un tipo de derivados que protegen de los riesgos de impago y que son entre 60 o 70 billones de dólares que circulan por todo el sistema financiero internacional.