Sep 2009
ARTÍCULO ANTERIOR: Política de las crisis y crisis de la política (emancipatoria) (IV)
7. Empezar desde el principio: reconstruirse socialmente en la crisis y fundar una nueva práctica de la política
¿Cómo volver a empezar aprendiendo crítica y autocríticamente de más de cien años de lucha, de tantos sacrificios y tantas muertes? Obviamente la respuesta no es fácil y, desde luego, tiene que ser contestada colectivamente por miles de hombres y mujeres que siguen creyendo en la emancipación del mal social de la explotación y del dominio. Mis propuestas son modestas y no tienen ninguna vocación de ser la alternativa correcta, sino sólo de poner en circulación ideas, análisis, sugerencias para refundar y refundarnos colectiva e individualmente.
La primera cosa consiste (Manolo Sacristán lo señaló hace ya muchos años) en no engañar ni engañarse, es decir, realismo revolucionario o emancipatorio. Analizar el mundo desde sus raíces y hacerlo desde el punto de vista de los de abajo. El movimiento obrero y socialista en un sentido amplio, desde la Iª Internacional pretendió eso: comprender la explotación y encontrar instrumentos eficaces para luchar contra ella. Esta aspiración no deberíamos perderla nunca de vista: denuncia, lucha social, compromiso ético y alianza con la ciencia disponible.
Lo segundo, tomar nota, de una vez por todas, de que los proyectos que durante tantísimos años han dividido, fracturado y sectarizado a la izquierda, ya no tienen razón de ser y, guste o no, están agotados históricamente. No se trata de que nadie renuncie a su propia identidad, sino de esforzarse en la crítica y en la autocrítica de la propia tradición y la búsqueda de un terreno común capaz de impulsar el conflicto social, la unidad programática y formas de coordinación más allá de las actuales definiciones partidistas.
En tercer lugar, una nueva práctica de la política capaz de reconstruir imaginarios colectivos críticos y alternativos. Lo que hace que “los comunes y corrientes” comprometan su tiempo, y muchas veces sus vidas y las de sus familias, por la emancipación es algo más que una teoría justa o una propuesta más o menos acertada. La política, para los de abajo, siempre ha sido una pasión, un sentimiento dotado de razones. La emancipación, más allá de tácticas y de estrategias, ha sido y es un compromiso ético-político. La práctica de la política, los fundamentos de la organización y las relaciones con los ciudadanos y ciudadanas, o tienen este sólido fundamento o la construcción de nuevos nexos entre las personas y las plataformas alternativas, no será posible. Así de simple.
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En cuarto lugar, la reconstrucción de los imaginarios sociales requiere con claridad definir a los enemigos y ponerles cara y ojos. Desde una alternativa republicana, federal y socialista se hace necesaria y urgente una crítica a esta democracia oligárquica y a los grupos de poder económicos y mediáticos que la dirigen. No hablar para los convencidos, sino para las mayorías sociales, explicando bien las cosas, sabiéndonos minoría, pero no resignándonos a serlo permanentemente. Una pedagogía de masas al servicio de la emancipación.
En quinto lugar, redimensionar bien lo electoral-institucional. Aquí también es conveniente no engañarse demasiado. La tendencia a la autonomización de los aparatos políticos e institucionales es parte de una sociedad que tiende a la organización de una democracia oligárquica. La experiencia, todas las experiencias, nos dicen eso, tanto en las formaciones tradicionales como en las nuevas (o no tan nuevas) que se denominan así mismas como alternativas. La lucha por el poder interno y por llegar a ser cargo público va a seguir existiendo y es necesario crear mecanismos de intervención que si no lo impiden, al menos lo amortigüen o lo debiliten.
En esto también hay que ser claro: si queremos la participación activa de los hombres y mujeres, su implicación subjetiva y militante es necesaria una forma-organización democrática y de base. Nadie, y mucho menos los jóvenes, van a dedicar horas y energías, trabajo voluntario, para engordar aparatos y promocionar a unos cargos públicos que, casi siempre, acaban por independizarse de sus bases, renuncian a cualquier práctica alternativa y que pasan de defender el necesario cambio de las instituciones a ser cambiados por ellas.
El mejor antídoto es una forma-organización capaz de reconstruirse en la lucha y en el conflicto social. Para decirlo directamente: la condición previa de una izquierda política es una izquierda social implicada moral y emocionalmente con las clases subalternas y con las personas. El tipo de estructura que vayamos construyendo debe dotarse de una dinámica propia más allá de las contiendas electorales y de las agendas construidas por los medios de comunicación. Esto es lo que significa, entre otras cosas, tener realmente un proyecto autónomo y definir un recorrido político y organizativo desde fundamentos propios.
Se trata de pensar en grande y hacerlo a medio y a largo plazo, prepararse para una larga travesía en el desierto, sabiendo que los plazos no los marcamos nosotros y que nada está dicho de antemano. Las crisis, lo hemos dicho antes, son grandes y poderosos mecanismos para la innovación social y la creatividad de masas: lo que antes parecía imposible en poco tiempo y masivamente, se convierte en un hecho histórico capaz de influir decisivamente en las consciencias de las grandes mayorías hasta convertirlas, en positivo, en mutaciones antropológicas de carácter emancipatorio.
Lo sexto, necesitamos un nuevo tipo de militante. La auténtica revolución debe pasar por aquí, por cambiar nuestras prácticas y nuestras tradiciones, unidas casi siempre a un espíritu estrecho de partido, aplicado, con frecuencia, con sectarismo y hasta con “cainismo”, que termina por degradar la vida interna de las organizaciones y la relaciones entre los y las militantes. Maquinas de desmoralización y caldo de cultivo de todo tipo de oportunismo.
Para explicarlo con claridad: deberíamos constatar la enorme dificultad que hemos tenido históricamente para combinar un proyecto autónomo, un talante unitario y una actitud no sectaria. En el fondo, estamos obligados a distinguir entre el partido-orgánico y el partido-institución, es decir, el partido como bloque alternativo, ideológicamente plural y socialmente complejo, unido (idealmente) por su crítica al sistema de poder existente (partido orgánico), con las distintas formas organizativas en que esta pluralidad se concreta históricamente (partido-institución). Deberíamos aspirar a ser militantes del partido orgánico y no solamente del partido al que le pagamos la cuota. Este es el cambio que debemos hacer cada uno de nosotros y nosotras.
*Manuel Monereo es politólogo, abogado laboralista y militante histórico del PCE e IU
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