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jueves, 12 de noviembre de 2009

Política de las crisis y crisis de la política (emancipatoria) (IV)

MANUEL MONEREO*
Sep 2009


6. La crisis de las políticas emancipatorias y la permanente cuestión de las alternativas

Llevamos hablando tantos años de la crisis de la política y de sus consecuencias que hemos terminado por cansarnos de una terminología que confunde más que aclara y que no deja demasiado espacio para volver a pensar con “ojos limpios”. Sin embargo, los hechos son los hechos. Lo que se quería decir con aquello de la “crisis de la política” era que se estaban produciendo fenómenos muy significativos en la esfera democrática (abstencionismo electoral, crisis de los partidos de masas, pérdida de peso del conflicto social, etc.) que cambiaban sustancialmente la relación de las personas con la política en un contexto de (norte) americanización de la vida colectiva, tanto en su vertiente privada como en la pública.

La “sobrecarga” que sufrían las crecientemente “ingobernables” democracias (esa era la terminología del primer informe de la Comisión Trilateral) se estaba saldando radicalmente con una separación radical de la ciudadanía de la cosa pública, el Estado mínimo como realidad y la llamada globalización como proceso (ideológico) de naturalización del mercado (capitalista) y de la “despolitización” de las políticas, no sólo, económicas. Al final, la privatización del conjunto de relaciones sociales y económicas se convirtió en una parte decisiva del imaginario colectivo y con ello, la pérdida de entidad de lo que había sido la sustancia de los procesos de democratización y nuestro diferencial, conviene insistir sobre ello, con el sistema político norteamericano: la política como instrumento de transformación social y la democracia como autogobierno de los ciudadanos y ciudadanas.

Pietro Ingrao ha situado desde siempre en el centro de estas transformaciones la emergencia de los “comunes y corrientes” como sujetos políticos autónomos, dotados de un proyecto político preciso y capaces de generar instituciones sociales y políticas propias, como el dato más relevante de la historia moderna europea. Este proceso histórico unió, en la vida real de millones de personas, conflicto de clases, democratización y socialismo. Esto es lo que en gran parte se ha perdido en estos años; cuando se habla de crisis de la política no estamos hablando sólo de fenómenos coyunturales, más o menos significativos, sino que “los comunes y corrientes” ya no sienten, no se comprometen, no actúan desde una conciencia y un imaginario que tenía la emancipación social y política en su centro.

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Ésta ha sido la gran derrota político-cultural. Todo lo demás es secundario. En un momento en que, de nuevo, el capitalismo aparece con todas sus lacras y su profunda incompatibilidad con la vida, las personas, las clases, las fuerzas sociales no sólo no tienen un referente alternativo, sino que, en muchos sentidos, ya no son capaces de pensar y de sentir desde un horizonte alternativo al modo de producir, consumir y vivir de esto que todavía seguimos llamando capitalismo.

Exigir, como se exige a la izquierda en general y a la izquierda anticapitalista en particular, el rápido y urgente despliegue de alternativas, no deja de ser una ilusión. Alternativas las hay, siempre las ha habido: dotarse de un programa y de una estrategia de salida del capitalismo en crisis. Esto nunca fue una operación teórica donde bastaba reunir un grupo de cuadros intelectuales y obreros para producir una propuesta o un esbozo de propuesta; siempre fue algo más, en su base: la capacidad de organización, de ilusión, de lucha y muchas veces de desesperación de las grandes mayorías. El problema es que, para una parte consistente de los asalariados, de los trabajadores y trabajadoras no parece creíble y, seguramente, hasta poco necesario, un programa de transformación social más allá del modelo económico dominante.

Para decirlo con más claridad: ¿cómo luchar por una alternativa de sociedad y de poder cuando las mayorías sociales realmente existentes han perdido la confianza o no creen que esto sea posible? O dicho de otra forma: los que estamos por el socialismo, en cualquiera de sus acepciones, somos una minoría muy minoritaria, extremadamente dividida y socialmente muy aislada.

Hay otro asunto que conviene destacar aquí y que suele pasar inadvertido en los debates de la izquierda cuando se habla de alternativas. Me refiero a la Unión Europea. La crisis de la política tiene mucho que ver también con la deconstrucción del Estado-nación ante el doble embate de la globalización capitalista y de la llamada integración europea. El “papanatismo europeísta” que ha atravesado a la opinión pública, a la publicada y al conjunto de la izquierda social y política, ha impedido un análisis riguroso del tipo de construcción europea que efectivamente se iba llevando a cabo más allá de las diversas y casi siempre manipuladas campañas propagandísticas de las instituciones de la Unión.

No es éste el lugar (algunos lo hemos hecho con fuerza desde hace años) para hacer una crítica completa de la UE. El Estado español, desde el punto de vista socioeconómico es, en muchos sentidos, una “comunidad autónoma” de una Europa que ha constitucionalizado el neoliberalismo, que ha concentrado enormemente el poder económico en una oligarquía financiera e industrial extremadamente influyente y que, de modo creciente, han ido sustrayendo a la soberanía popular las decisiones fundamentales de la política económica. De hecho, se ha ido construyendo (con la complicidad consciente de los gobiernos) una constitución material diversa de las formalmente existentes en cada uno de los países y que ha tenido como consecuencia fundamental la progresiva desaparición del Estado social y de sus complejos mecanismos de control del mercado, promoción de la igualdad material y lucha por una democratización efectiva.

La “pinza” entre la globalización de un lado y de la UE de otro, ha contribuido poderosísimamente a homogeneizar a las fuerzas políticas, a sustraer las decisiones relevantes del control de los órganos representativos, propiciando un distanciamiento de enormes dimensiones entre lo político y las demandas y aspiraciones de la ciudadanía. Hasta hace poco tiempo, unos y otros hemos defendido que ante dilemas de tal magnitud la única alternativa posible era convertir esta Unión Europea en los Estados Unidos de Europa. Por lo que parece, de nuevo, confundimos deseos con realidad.

Es cierto que cualquier alternativa seria desde la izquierda necesita también de cambios radicales en la estructura y funcionamiento de la Unión Europea. Ahora bien, este tipo de integración europea no está dirigida a crear unas instituciones y unos sujetos políticos de lo que podríamos llamar el poder instituyente del pueblo europeo, más allá de los Estados-nación realmente existentes. Esta integración lo que ha conseguido es sustraer a la soberanía popular (del Estado nación, que hasta ahora es la única soberanía que hemos conocido en Europa) la definición, las reglas y los objetivos de las políticas económicas para imponer las consagradas en los tratados, es decir, neoliberalismo
puro y duro.


(Este artículo fue publicado en el número 260 de la revista El Viejo Topo).




*Manuel Monereo es politólogo, abogado laboralista y militante histórico del PCE e IU

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