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2.- LA ECONOMÍA POLÍTICA INGLESA
Bajo este rótulo encontramos a una serie de autores entre los cuales destacan Adam Smith (1725-1790), considerado el fundador de la Ciencia Económica, y David Ricardo (1772-1883).
En sus escritos, estos autores propusieron una serie de reformas políticas que afectaban a la organización económica de su país, e hicieron diversos análisis de los fundamentos económicos de la sociedad en que vivían.
Será útil para nosotros/as dividir estos dos grupos de ideas: reformas políticas y análisis económicos (o Política de la Economía Política y Economía de la Economía Política), porque a la hora de tratar la crítica de Marx a estos pensadores comprobaremos que, si bien se declara adversario absoluto del primer grupo de ideas, también se reconoce deudor en gran parte de las segundas. (El mismo Lenin ya citado consideraba a Marx como el culminador de la Economía Política.)
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2.1. La Economía de la Economía Política
Aquí sólo mencionaremos, para que nos suenen, algunos temas que Marx tomó, tras una crítica previa, de estos autores. Donde realmente se verán desarrolladas algunas de estas ideas es en el bloque 3: El Capital.
En su obra La riqueza de las naciones expone Adam Smith la teoría de la división y especialización del trabajo como mecanismo adecuado para acrecentar la producción. Y sin embargo, a pesar de resaltar las ventajas económicas de este método, también señala las consecuencias negativas que puede reportar al trabajador repetir una acción puramente mecánica durante horas.
Thomas Robert Malthus (1776-1843), publicó en 1789 su Ensayo sobre el Principio de la Población, donde exponía una “ley de la población” según la cual el crecimiento de la demografía era geométrico (2, 4, 8, 16, 32…), y el de los medios de subsistencia era aritmético (1, 2, 3, 4, 5…). Si esto era cierto en poco tiempo la población mundial sería demasiada para que hubiese alimentos para todos, así que una de las medidas a tomar era el control de la natalidad. Basándose en esta supuesta ley se justificaban también guerras y hambrunas, que reducían el número de habitantes “a su justa medida”. Marx y Engels detestaban profundamente esta supuesta ley, que pronto, como más adelante veremos, quedará desacreditada.
David Ricardo elaboró en su obra Los principios de la Economía Política y Tributación, la que se llamó “ley de hierro de los salarios”, según la cual el precio de cada trabajo es fijado de forma natural: coincide exactamente con el coste de la subsistencia del trabajador.
John Stuart Mill (1806-1873) superó la “teoría clásica del valor” al llamar la atención sobre la importancia de la utilidad del producto junto al coste de producción del mismo. Según esta teoría el coste de un producto viene determinado por su coste de producción (el dinero invertido en su fabricación), Mill apunta que la utilidad del producto es un valor a tener en cuenta a la hora de poner el precio final.
2. 2. Política de la Economía Política
Las reformas políticas que propusieron estos pensadores se centraban en las ideas de democracia y libertad. Se hablaba de democracia como contrapunto a los regímenes autoritarios monárquico y aristocrático, y se pretendía ver en ella un gobierno de y para el pueblo, que los tuviese a todos en cuenta.
La idea de la democracia estaba íntimamente ligada con la de libertad: se pedían libertades políticas, pero sobre todo lo que se pedía era libertad económica.
La principal doctrina económica del liberalismo se llama “laissez faire”, dejar hacer, y estaba dirigida a combatir la intervención del gobierno en los negocios de los súbditos. En aquella época el gobierno del país decidía los precios a los que debían venderse las mercancías o ponía aranceles a ciertas mercancías para proteger a los productores nacionales.
Según los economistas liberales esta intervención de los gobiernos en la Economía de los países era la causante de muchos de los males que se vivían en el campo de la producción y distribución económica, males como la pobreza de la mayoría y el privilegio de unos pocos. Si los gobiernos dejaran de meter las narices, dijeron, la Economía se regularía a sí misma por medio de mecanismos y leyes internas que harían mejorar sensiblemente la situación de todos.
La principal de estas leyes reguladoras era la ley de la competencia, por la cual los precios de las mercancías tenderían a situarse en un mínimo aceptable (su “precio natural”), al tener los productores que competir a la hora de vender.
Otra de estas leyes es la ley de la oferta y la demanda: cuando hay demanda de un producto suben los precios hasta que, con la oportunidad de ganar más dinero, los fabricantes se dedican a fabricar más ese producto, y la oferta llega a superar a la demanda. Entonces los precios bajan hasta un mínimo más bajo que antes. Vamos a poner un ejemplo porque esta ley es fundamental para comprender el pensamiento económico de la época.
Supongamos que un año, por culpa de una mala cosecha de trigo, el precio del pan se duplica. Los agricultores verán la oportunidad, y donde antes plantaban cebada ahora plantan trigo. Pero obviamente esa misma idea la han tenido muchos agricultores, así que al año siguiente hay excedentes de trigo, sobra trigo, o no existe tanta demanda para la oferta que hay. El precio del trigo queda reducido a la mitad.
La balanza de la oferta y la demanda, decían, acaba equilibrando los precios a una medida justa según el trabajo que haya costado producir las mercancías.
Sobre estas dos leyes económicas, principalmente, establece Adam Smith su teoría de la “Mano invisible”. Según Smith existe una especie de mano invisible que regula los mercados hacia un orden armonioso, en el que unos no pueden ganar siempre mientras que otros siempre pierden. De aquí que la intervención del los gobernantes sólo consigue desestabilizar este orden y empeorar las cosas, que tan bien irían de no intervenir éstos promulgando leyes que afecten a la Economía.
2. 3. Crítica de Marx
A la idea de democracia. La crítica de Marx es simple: el hablar de democracia era, para la clase burguesa, hablar de la forma en que podían acceder al poder político, ocupado por entonces por completo por la clase terrateniente aristócrata. Los intereses económicos de estas dos clases eran contrapuestos: el ejemplo de los aranceles sobre el grano en Inglaterra es esclarecedor en ese sentido. Los productores de grano extranjeros vendían más barato que los ingleses, pero el gobierno obligaba a sus burgueses a comprar el grano inglés porque era producido por los terratenientes ingleses, es decir por ellos mismos.
Otro ejemplo de que los ideales democráticos de la burguesía eran una farsa encaminada a conseguir el poder, eran las limitaciones que se hacían al derecho a voto: varones, con un mínimo de propiedades, con ciertos años de antigüedad habitando el mismo domicilio… la burguesía había movilizado a la clase obrera contra los terratenientes, pero una vez que consiguió sus objetivos tuvo que poner freno a los avances políticos del proletariado, sus enemigo de clase natural. Los estudios históricos de Marx (El 18 de Brumario de Luis Bonaparte y Las Guerras Civiles en Francia) revelan el engaño anunciado: por mucho que se dijese lo contrario, intereses de proletariado y burguesía son absolutamente contrarios.
A la idea de libertad. Ya hemos visto que más que de libertad a secas, de lo que hablaban los economistas burgueses era de libertad económica. Es decir, de libertad para hacer sus negocios. Según ellos, todos progresarían si el gobierno dejaba de inmiscuirse en sus negocios, porque llegaría la armonía social y económica que descansaba en leyes tan claras e inmutables como la de la oferta y la demanda.
Desde la perspectiva de la lucha de clases, todo esto sonaba completamente a engañifa. ¿Cómo va a llegar la armonía social siendo los intereses de las clases completamente contrapuestos? Parece ser que, simplemente, los pensadores burgueses no tienen demasiado en cuenta a la clase obrera.
Desde luego quedó también demostrado que eso de la “mano invisible” que regula los mercados hacia la estabilidad y los precios “justos” o “naturales” era una ilusión: Marx llamó la atención sobre las frecuentes crisis por las que pasaba el sistema capitalista, crisis de superproducción en las que la oferta superaba con mucho la demanda y ¡se destruían los productos para mantener los precios en el mercado!
Sobre este punto hace Marx la crítica más demoledora, quizás, al modo de producción capitalista: a una elevadísima organización de la producción le seguía una forma de distribución de los productos completamente desorganizada. ¿Cómo era posible que hubiese crisis de exceso de producción? ¿Cómo era posible que en nombre de la estabilidad del mercado se destruyese el fruto del trabajo del hombre con el hambre y la pobreza que había?
La organización y la maquinaria de las fábricas capitalistas habían multiplicado el poder de las fuerzas productivas, pero el sistema de distribución capitalista era irracional y absurdo. Marx aceptó lo primero como una conquista de la humanidad: por fin los hombres habían logrado la capacidad de fabricar productos para tod@s. Con estas increíbles fuerzas productivas nadie tendría que pasar hambre ni quedar sin vestido, hogar, o las cosas básicas para que pudiera ser feliz. El desarrollo de estas fuerzas era el primer paso hacia el comunismo. El comunismo aparecía como la organización racional y equitativa de la distribución de los productos.
3. EL SOCIALISMO FRANCÉS O UTÓPICO

Los más conocidos socialistas o comunistas utópicos eran los franceses Charles Fourier (1772-1837), Claude Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon (1760-1825), y el inglés Robert Owen (1771-1858).
Estos autores, sensibles al empeoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores tras la Revolución Industrial, propusieron sistemas políticos, económicos y sociales encaminados a mejorar estas condiciones. Su genuino deseo era alcanzar un estado ideal de cosas en que todos fuesen felices realizando su función en la sociedad, pero desde luego eran conscientes de que la nueva clase obrera era la que más lejos se encontraba de poder ser feliz. Las medidas que propusieron (reformistas, nunca revolucionarias) estaban dirigidas principalmente a defender para el obrero y su familia un tipo de vida que le permitieses realizarse como personas y ser felices.
El enorme entusiasmo de estas personas les llevó a intentar poner en práctica sus ideas, y a ello dedicaron tiempo, esfuerzo y dinero hasta arruinarse en algún caso. Los falansterios de Fourier o las home-colonies de Owen fueron experimentos que, si bien demostraron muchas cosas (como que los trabajadores de una fábrica podían dirigirla igual o mejor que un patrón), también fracasaron en su propósito principal. Pero es que su propósito principal no era pequeño: deseaban que, una vez comprobado que sus modelos sociales eran viables, cundiera el ejemplo y fueran adoptados en todas partes.
Su confianza en la razón era tal que, como más adelante dirá Marx, creían que bastaba con comprender su sistema para querer adoptarlo. Y lo que es más, creían que bastaba con querer adoptarlo para poder adoptarlo. Una cosa es desear algo, nos recordará Marx, y otra bien diferente que se den las condiciones para que ese algo pueda realizarse.
Acorde con su confianza en la razón y sus esfuerzos por concienciar a las clases pudientes para que mejorasen las condiciones de vida de los desfavorecidos, es en estos autores su interés por la educación. Fueron de los primeros que se preocuparon por la educación de los hijos de los obreros, y sus modelos educativos fueron, esta vez sí, completamente revolucionarios.
3. 1. Crítica de Marx
¿Cuál es el problema de estos reformadores sociales?
El problema era que durante los años en que estos autores observan, estudian, proponen y practican, el capitalismo no había alcanzado el grado de desarrollo que tenía ya en tiempos de Marx. La industria estaba a medio empezar, y con ella la nueva clase social, el obrero proletario. Como el desarrollo de la lucha de clases es parejo al desarrollo industrial (es la industria la que crea al obrero), en esta época no estaba del todo claro la existencia del antagonismo de clases.
Los llamados socialistas utópicos procuraron, con la mejor de las intenciones, acabar con los problemas de los más pobres y explotados de su sociedad, pero no tenían claramente identificado el problema. Así, apelaban al capitalista a ayudar a los obreros por encima de sus intereses económicos, como si todos fuesen parte de una gran familia, pero sin darse cuenta de que la familia estaba dividiéndose más que antes: por un lado burgueses explotadores, por otro proletarios explotados.
4. ¿ECONOMISTA, POLÍTICO, FILÓSOFO, HISTORIADOR?
Actualmente los escritos de Karl Marx son estudiados en las facultades universitarias de Filosofía, Ciencias Políticas, Historia, y por supuesto, Economía. Pero decir que Marx era filósofo, o economista, o político, es reducir las múltiples facetas de su persona en una sola. Marx fue, ante todo, un hombre que vivió en el mundo real, y que sabía que en el mundo real todas estas materias, filosofía, política, historia, religión, ciencias, economía… están íntimamente relacionadas en algo de lo que no se pueden separar: el hombre.
Su principal interés fue precisamente ese: las personas. Y más concretamente el mejorar las condiciones de vida de esa gran población más desfavorecida, acabando con la explotación que sufrían. Sus profundas investigaciones y certeros análisis históricos, sus impresionantes estudios económicos, su práctica política… iban encaminadas a este fin. Desde este punto de vista (desde el mundo mismo, no desde un aula de una Universidad o Instituto cualquiera) las fronteras entre economía, religión, política…, que ahora se estudian por separado, no son ni mucho menos tan evidentes como podíamos pensar. Ahí está Karl Marx para llamarnos la atención sobre ello.
*Estos materiales pertenecen a la colección Acercarse a Carlos Marx, elaborada por Atrapasueños para la Fundación de Investigaciones Marxistas
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