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jueves, 28 de mayo de 2009

¿Quién era Milton Friedman? (II)

PAUL KRUGMAN*
19 oct 2008


"A Milton todo le recuerda la oferta monetaria. Bien, a mí todo me recuerda el sexo, pero no lo pongo por escrito", escribía en 1966 Robert Solow, del MIT. Durante décadas, la imagen pública y la fama de Milton Friedman se definieron en gran medida por sus pronunciamientos sobre la política monetaria y su creación de la doctrina conocida como monetarismo. Sorprende darse cuenta, por tanto, de que el monetarismo se considera en gran medida un fracaso, y que parte de lo dicho por Friedman sobre el dinero y la política monetaria -al contrario que lo que dijo acerca del consumo y la inflación- parece haber sido engañoso, y quizá de manera deliberada.

Para comprender de qué trataba el monetarismo, lo primero que hay que saber es que la palabra dinero no significa exactamente lo mismo en economía que en el lenguaje común. Cuando los economistas hablan de oferta monetaria [en inglés, money supply, oferta de dinero] no se refieren a riqueza en el sentido habitual. Sólo se refieren a esas formas de riqueza que pueden usarse de manera más o menos directa para comprar cosas. La moneda -trozos de papel con retratos de presidentes muertos- es dinero, y también los depósitos bancarios contra los que se pueden extender cheques. Pero las acciones, los bonos y los bienes raíces no son dinero, porque hay que convertirlos en efectivo o en depósitos bancarios antes de poder usarlos para hacer compras.

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Si la oferta monetaria constara sólo de moneda, estaría bajo el control directo del Gobierno, o más precisamente, de la Reserva Federal, un organismo monetario que, como sus homólogos los bancos centrales de muchos otros países, está institucionalmente un poco separado del Gobierno propiamente dicho. El hecho de que la oferta de dinero incluya también los depósitos bancarios complica un poco la realidad. El banco central sólo tiene control directo sobre la base monetaria -la suma de moneda en circulación, la moneda que los bancos tienen en sus cámaras acorazadas y los depósitos que los bancos guardan en la Reserva Federal-, pero no sobre los depósitos que los ciudadanos tienen en los bancos. En circunstancias normales, sin embargo, el control directo de la Reserva Federal sobre la base monetaria basta para darle también un control efectivo sobre la oferta monetaria total.

Antes de Keynes, los economistas consideraban la oferta monetaria una herramienta primordial de la gestión económica. Pero él sostenía que en condiciones de depresión, cuando los tipos de interés son muy bajos, los cambios en la oferta monetaria tienen pocas consecuencias sobre la economía. La lógica era la siguiente: cuando los tipos de interés son del 4% o del 5%, nadie quiere que su dinero quede ocioso. Pero en una situación como la de 1935, cuando el tipo de interés de las letras del Tesoro a tres meses era sólo del 0,14%, hay muy poco incentivo para asumir el riesgo de poner el dinero a trabajar. El banco central podría tratar de estimular la economía acuñando grandes cantidades de moneda adicional; pero si el tipo de interés es ya muy bajo, es probable que el efectivo adicional languidezca en las cámaras acorazadas de los bancos o debajo de los colchones. En consecuencia, Keynes sostenía que la política monetaria, un cambio en la oferta de dinero circulante para gestionar la economía, sería ineficaz. Y por eso, él y sus seguidores creían que hacía falta una política presupuestaria -en especial un aumento del gasto público- para sacar a los países de la Gran Depresión.

¿Por qué es esto importante? La política monetaria es una forma de intervención pública en la economía altamente tecnocrática y en gran medida apolítica. Si la Reserva Federal decide aumentar la oferta monetaria, todo lo que hace es comprar unos cuantos bonos del Tesoro a bancos privados, y pagar los bonos mediante anotaciones en las cuentas de reserva de esos bancos: en realidad, todo lo que la Reserva Federal tiene que hacer es acuñar un poco más de base monetaria. En cambio, la política presupuestaria supone una participación mucho más profunda del sector público en la economía, a menudo de un modo cargado de ideología: si los políticos deciden usar las obras públicas para promover el empleo, tienen que decidir qué construir y dónde. Por tanto, los economistas con una inclinación al libre mercado tienden a querer creer que la política monetaria es todo lo que hace falta; los que desean un sector público más activo tienden a creer que la política presupuestaria es esencial.

El pensamiento económico tras el triunfo de la revolución keynesiana -como se refleja, por ejemplo, en las primeras ediciones del libro de texto clásico de Paul Samuelson- daba prioridad a la política presupuestaria, mientras que la política monetaria quedaba relegada a los márgenes. Como Friedman decía en la conferencia pronunciada en 1967 ante la Asociación Económica Estadounidense:

"La amplia aceptación de las opiniones entre los profesionales de la economía ha hecho que durante dos décadas, prácticamente todos menos unos cuantos reaccionarios pensaran que los nuevos conocimientos económicos habían vuelto obsoleta la política monetaria. El dinero no importaba".

Aunque esto tal vez fuese una exageración, la política monetaria no estuvo muy bien considerada en las décadas de 1940 y 1950. Friedman, sin embargo, hizo una cruzada a favor de la propuesta de que el dinero también importaba, la cual culminó con la publicación en 1963 de A monetary history of the United States, 1867-1960, en colaboración con Anna Schwartz

Aunque A monetary history of the United States es una gran obra de extraordinaria erudición, que abarca un siglo de desarrollos monetarios, su análisis más influyente y controvertido fue el relativo a la Gran Depresión. Friedman y Schwartz afirmaban que habían refutado el pesimismo de Keynes acerca de la eficacia de la política monetaria en condiciones de depresión. "La contracción" de la economía, declaraban, "es de hecho un trágico testimonio de la importancia de las fuerzas monetarias".

¿Pero qué querían decir con eso? Desde el principio, la posición de Friedman y Schwartz parecía un poco escurridiza. Y con el tiempo, la presentación que Friedman hacía de la historia se hizo más grosera, no más sutil, y acabó pareciendo -no hay otra forma de decirlo- intelectualmente corrupta.

Al interpretar los orígenes de la Gran Depresión es crucial distinguir entre la base monetaria (dinero más reservas bancarias), que la Reserva Federal controla directamente, y la oferta monetaria (dinero más depósitos bancarios). La base monetaria aumentó durante los primeros años de la Gran Depresión, subiendo de una media de 6.050 millones de dólares en 1929 a una media de 7.020 millones en 1933. Pero la oferta monetaria cayó drásticamente, de 26.600 millones a 19.900 millones de dólares. Esta divergencia reflejaba principalmente las consecuencias de la oleada de quiebras bancarias de 1930-1931: a medida que los ciudadanos perdían la fe en los bancos, empezaron a guardar su riqueza en efectivo y no en depósitos bancarios, y los bancos que sobrevivieron empezaron a tener grandes cantidades de efectivo a mano en lugar de prestarlo, para evitar el peligro de un pánico bancario. La consecuencia fue que se hacían muchos menos préstamos y, por tanto, muchos menos gastos de los que habría habido si los ciudadanos hubieran seguido depositando el efectivo en los bancos, y los bancos hubieran seguido prestando los depósitos a las empresas. Y dado que el desplome del gasto fue la causa próxima de la depresión, el deseo repentino tanto por parte de los individuos como de los bancos de poseer más efectivo empeoró sin duda la recesión.

Friedman y Schwartz sostenían que la caída de la oferta monetaria había convertido lo que podría haber sido una recesión ordinaria en una depresión catastrófica, un argumento de por sí discutible. Pero incluso poniendo por caso que lo aceptemos, cabe preguntar si puede decirse que la Reserva Federal, que al fin y al cabo aumentó la base monetaria, provocó la caída de la oferta monetaria total. Al menos inicialmente, Friedman y Schwartz no dijeron eso. Lo que dijeron, por el contrario, fue que la Reserva Federal pudo haber prevenido la caída de la oferta monetaria, en especial acudiendo al rescate de los bancos en quiebra durante la crisis de 1930-1931. Si la Reserva Federal se hubiera apresurado a prestar dinero a los bancos en apuros, la oleada de quiebras bancarias podría haberse evitado, y eso a su vez podría haber evitado la decisión de los ciudadanos de guardar el dinero en efectivo en lugar de depositarlo en los bancos, y la preferencia de los bancos supervivientes por acumular los depósitos en sus cámaras acorazadas en lugar de prestar esos fondos. Y esto, a su vez, podría haber evitado lo peor de la depresión.

A este respecto, tal vez sea útil una analogía. Supongamos que se desata una epidemia de gripe, y que análisis posteriores indican que una acción adecuada de los centros de control de enfermedades podrían haber contenido la epidemia. Sería justo culpar a las autoridades públicas de no tomar las medidas adecuadas. Pero sería un exceso decir que el Estado causó la epidemia, o usar el fallo de esos centros para demostrar la superioridad de los mercados libres sobre el sector público.

Pero muchos economistas, y todavía más lectores legos en la materia, han interpretado que la explicación de Friedman y Schwartz significa que de hecho la Reserva Federal causó la Gran Depresión; que la depresión es en cierto sentido una demostración de los males de un Estado excesivamente intervencionista. Y en años posteriores, como he dicho, las afirmaciones de Friedman se volvieron más imprecisas, como si quisiera alimentar esta percepción errónea. En su alocución presidencial de 1967 declaraba que "las autoridades monetarias estadounidenses siguieron políticas altamente deflacionarias", y que la oferta monetaria cayó "porque el Sistema de la Reserva Federal forzó o permitió una reducción aguda de la base monetaria, al no ejercer las responsabilidades que tenía asignadas", una afirmación extraña dado que, como hemos visto, la base monetaria aumentó de hecho mientras la oferta monetaria caía. (Friedman tal vez se refiriese a dos episodios en los que la base monetaria cayó moderadamente por breves periodos, pero aun así su declaración es, como mínimo, muy engañosa).

En 1976, Friedman les decía a los lectores de Newsweek que "la verdad elemental es que la Gran Depresión se produjo por una mala gestión pública", una declaración que seguramente sus lectores interpretaron como que la depresión no se habría producido si el Estado se hubiera mantenido al margen, cuando de hecho lo que Friedman y Schwartz afirmaban era que el sector público debería haberse mostrado más activo, no menos.

¿Por qué los debates históricos sobre la función de la política monetaria en la década de 1930 importaban tanto en la de 1960? En parte porque encajaban en el programa más amplio de Friedman en contra del sector público, del que hablaremos más adelante. Pero la aplicación más directa era su defensa del monetarismo. De acuerdo con esta doctrina, la Reserva Federal debía mantener el crecimiento de la oferta monetaria en una tasa baja y constante, por ejemplo, el 3% anual, y no desviarse de ese objetivo, con independencia de lo que ocurriese en la economía. La idea era poner la política monetaria en piloto automático, eliminando cualquier poder por parte de las autoridades públicas.

El razonamiento de Friedman a favor del monetarismo era en parte económico y en parte político. Sostenía que el crecimiento constante de la oferta monetaria mantendría una economía razonablemente estable. Nunca pretendió que siguiendo esta norma se eliminarían todas las recesiones, pero sí afirmaba que las variaciones en la curva de crecimiento de la economía serían suficientemente pequeñas como para ser tolerables, de ahí la afirmación de que la Gran Depresión no habría ocurrido si la Reserva Federal hubiera seguido una norma monetarista. Y junto a esta fe con reservas en la estabilidad de la economía con un régimen monetario se daba su desprecio sin reservas hacia la capacidad de los directivos de la Reserva Federal para hacerlo mejor si se les daba poder para ello. La demostración de la falta de fiabilidad de la Reserva Federal estaba en el inicio de la Gran Depresión, pero Friedman podía señalar otros muchos ejemplos de políticas que habían salido mal. "Un régimen monetario", escribía en 1972, "aislaría la política monetaria del poder arbitrario de un pequeño grupo de hombres no sujetos al control de los electores, y de las presiones a corto plazo de la política partidista".




*Paul Krugman es profesor de Economía en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía 2008

lunes, 25 de mayo de 2009

Credo del Che

*JORGE CRUZ

El Ché Jesucristo
fue hecho prisionero
después de concluir su sermón en la montaña
(con fondo de tableteo de ametralladoras)
por rangers bolivianos y judíos
comandados por jefes yankees-romanos.

Lo condenaron los escribas y fariseos revisionistas
cuyo portavoz fue Caifás Monge
mientras Poncio Barrientos trataba de lavarse las manos
hablando en inglés militar
sobre las espaldas del pueblo que mascaba hojas de coca
sin siquiera tener la alternativa de un Barrabás
(Judas Iscariote fue de los que desertaron de la guerrilla
y enseñaron el camino a los rangers)

Después le colocaron a Cristo Guevara
una corona de espinas y una túnica de loco
y le colgaron un rótulo del pescuezo en son de burla
INRI: Instigador Natural de la Rebelión de los Infelices

Luego lo hicieron cargar su cruz encima de su asma
y lo crucificaron con ráfagas de M-2
y le cortaron la cabeza y las manos
y quemaron todo lo demás para que la ceniza
desapareciera con el viento

En vista de lo cual no le ha quedado al Ché otro camino
que el de resucitar
y quedarse a la izquierda de los hombres
exigiéndoles que apresuren el paso
por los siglos de los siglos
Amén.


*Jorge Cruz es uno de los heterónimos de Roque Dalton, poeta y político revolucionario de El Salvador

jueves, 21 de mayo de 2009

Voces contra la globalización. Capítulo 2: La estrategia de Simbad

lunes, 18 de mayo de 2009

¿Quién era Milton Friedman? (I)

PAUL KRUGMAN*
19 oct 2008

La historia del pensamiento económico en el siglo XX es algo parecida a la del cristianismo en el XVI. Hasta que John Maynard Keynes publicó su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero en 1936, la ciencia económica -al menos en el mundo anglosajón- estaba completamente dominada por la ortodoxia del libre mercado. De vez en cuando surgían herejías, pero siempre se suprimían. La economía clásica, escribía Keynes en 1936, "conquistó Inglaterra tan completamente como la Santa Inquisición conquistó España". Y la economía clásica decía que la respuesta a casi todos los problemas era dejar que las fuerzas de la oferta y la demanda hicieran su trabajo.

Pero la economía clásica no ofrecía ni explicaciones ni soluciones para la Gran Depresión. Hacia mediados de la década de 1930, los retos a la ortodoxia ya no podían contenerse. Keynes desempeñó la función de Martín Lutero, al proporcionar el rigor intelectual necesario para hacer la herejía respetable. Aunque Keynes no era ni mucho menos de izquierdas -vino a salvar el capitalismo, no a enterrarlo-, su teoría afirmaba que no se podía esperar que los mercados libres proporcionaran pleno empleo, y estableció una nueva base para la intervención estatal a gran escala en la economía.

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El keynesianismo constituyó una gran reforma del pensamiento económico. Inevitablemente, le siguió una contrarreforma. Diversos economistas desempeñaron un papel importante en la gran recuperación de la economía clásica entre los años 1950 y 2000, pero ninguno fue tan influyente como Milton Friedman. Si Keynes era Lutero, Friedman era Ignacio de Loyola, el fundador de los jesuitas. Y al igual que los jesuitas, los seguidores de Friedman han actuado como una especie de disciplinado ejército de fieles y provocado una amplia, pero incompleta, retirada de la herejía keynesiana. A finales de siglo, la economía clásica había recuperado buena parte de su anterior hegemonía, aunque ni mucho menos toda, y a Friedman le corresponde buena parte del mérito.

No quiero llevar demasiado lejos la analogía religiosa. La teoría económica aspira al menos a ser ciencia, no teología; se ocupa de la tierra, no del cielo. La teoría keynesiana se impuso en un principio porque era mucho mejor que la ortodoxia clásica a la hora de dar sentido al mundo que nos rodea, y la crítica de Friedman a Keynes adquirió tanta influencia porque supo detectar los puntos débiles del keynesianismo. Y sólo a modo de aclaración: aunque este artículo sostiene que Friedman estaba equivocado en algunos aspectos, y a veces parecía poco sincero con sus lectores, le considero un gran economista y un gran hombre.

Milton Friedman desempeñó tres funciones en la vida intelectual del siglo XX. Estaba el Friedman economista de economistas, que escribía análisis técnicos, más o menos apolíticos, sobre el comportamiento de los consumidores y la inflación. Estaba el Friedman emprendedor político, que pasó décadas haciendo campaña en nombre de la política conocida como monetarismo y que acabó viendo cómo la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra adoptaban su doctrina a finales de la década de 1970, sólo para abandonarla por inviable unos años más tarde. Por último, estaba el Friedman ideólogo, el gran divulgador de la doctrina del libre mercado.

¿Desempeñó el mismo hombre todas estas funciones? Sí y no. Las tres estaban guiadas por la fe de Friedman en las verdades clásicas de la economía del libre mercado. Además, su eficacia como divulgador y propagandista descansaba en parte en su merecida fama de profundo economista teórico. Pero hay una diferencia importante entre el rigor de su obra como economista profesional y la lógica más laxa y a veces cuestionable de sus pronunciamientos como intelectual público. Mientras que la obra teórica de Friedman es universalmente admirada por los economistas profesionales, hay mucha más ambivalencia respecto a sus pronunciamientos políticos y en especial su trabajo divulgativo. Y debe decirse que hay serias dudas respecto a su honradez intelectual cuando se dirigía a la masa de ciudadanos.

Pero dejemos de lado por el momento el material cuestionable y hablemos de Friedman en cuanto teórico económico. Durante la mayor parte de los dos siglos pasados, el pensamiento económico estuvo dominado por el concepto del Homo economicus. El hipotético Hombre Económico sabe lo que quiere; sus preferencias pueden expresarse matemáticamente mediante una función de utilidad, y sus decisiones están guiadas por cálculos racionales acerca de cómo maximizar esa función: ya sean los consumidores al decidir entre cereales normales o cereales integrales para el desayuno, o los inversores que deciden entre acciones y bonos, se supone que esas decisiones se basan en comparaciones de la utilidad marginal, o del beneficio añadido que el comprador obtendría al adquirir una pequeña cantidad de las alternativas disponibles.

Es fácil burlarse de este cuento. Nadie, ni siquiera los economistas ganadores del Premio Nobel, toma las decisiones de ese modo. Pero la mayoría de los economistas, yo incluido, consideramos útil al Hombre Económico, quedando entendido que se trata de una representación idealizada de lo que realmente pensamos que ocurre. Las personas tienen preferencias, incluso si esas preferencias no pueden expresarse realmente mediante una función de utilidad precisa; por lo general toman decisiones sensatas, aunque no maximicen literalmente la utilidad. Uno podría preguntarse por qué no representar a las personas como realmente son. La respuesta es que la abstracción, la simplificación estratégica, es el único modo de que podamos imponer cierto orden intelectual en la complejidad de la vida económica. Y la suposición del comportamiento racional es una simplificación especialmente fructífera.

La cuestión, sin embargo, es hasta dónde se puede llevar. Keynes no atacó de lleno al Hombre Económico, pero a menudo recurría a teorías psicológicas verosímiles y no a un cuidadoso análisis de qué haría una persona que tomara decisiones racionales. Las decisiones empresariales estaban guiadas por impulsos viscerales (animal spirits); las decisiones de consumo, por una tendencia psicológica a gastar parte, pero no la totalidad, de un aumento de la renta; los acuerdos salariales, por un sentido de la equidad, y así sucesivamente.

¿Pero era realmente una buena idea reducir tanto la función del Hombre Económico? No, decía Friedman, que en un artículo de 1953 titulado The methodology of positive economics [La metodología de la economía positiva] sostenía que las teorías económicas no deberían juzgase por su realismo psicológico, sino por su capacidad para predecir el comportamiento. Y los dos mayores triunfos de Friedman como economista teórico procedieron de aplicar la hipótesis del comportamiento racional a cuestiones que otros economistas habían considerado fuera del alcance de dicha hipótesis.

En un libro de 1957 titulado Una teoría de la función del consumo -no exactamente un título que agradara a las masas, pero sí un tema importante-, Friedman sostenía que el mejor modo de entender el ahorro y el gasto no es, como había hecho Keynes, recurrir a una teorización psicológica laxa, sino, por el contrario, pensar que los individuos hacen planes racionales sobre cómo gastar su riqueza a lo largo de la vida. Ésta no era necesariamente una idea antikeynesiana; de hecho, el gran economista keynesiano Franco Modigliani planteó de manera simultánea e independiente el mismo argumento, incluso con más cuidado, al considerar el comportamiento racional, en colaboración con Albert Ando. Pero sí señalaba un retorno a los modos de pensar clásicos, y funcionaba. Los detalles son un poco técnicos, pero la "hipótesis de la renta permanente" planteada por Friedman y el "modelo del ciclo vital" de Ando y Modigliani resolvían varias paradojas aparentes sobre la relación entre renta y gasto, y todavía hoy siguen constituyendo las bases de cómo estudian los economistas el gasto y el ahorro.

El trabajo sobre el comportamiento de los consumidores habría forjado por sí solo la fama académica de Friedman. Sin embargo, obtuvo un triunfo al aplicar la teoría del Hombre Económico a la inflación. En 1958, el economista neozelandés A. W. Phillips señalaba que existía una correlación histórica entre el desempleo y la inflación, de modo que la inflación iba asociada a un bajo desempleo y viceversa. Durante un tiempo, los economistas trataron esta correlación como si fuera una relación fiable y estable. Esto provocó un debate serio sobre qué punto de la curva de Phillips debería escoger el Gobierno. ¿Debería Estados Unidos, por ejemplo, aceptar una tasa de inflación más alta para alcanzar una tasa de desempleo más baja?

En 1967, sin embargo, Friedman pronunciaba ante la Asociación Económica Estadounidense una conferencia presidencial en la que sostenía que la correlación entre inflación y desempleo, aun siendo visible en los datos, no representaba una verdadera compensación, al menos no a largo plazo. "Siempre hay", decía, "una compensación temporal entre inflación y desempleo; no hay una compensación permanente". En otras palabras, si los políticos intentaran mantener el desempleo bajo mediante una política de generar mayor inflación, sólo conseguirían un éxito temporal. Según Friedman, el desempleo acabaría por aumentar de nuevo, incluso con una inflación elevada. En otras palabras, la economía sufriría la situación que Paul Samuelson más tarde denominaría "estanflación".

¿Cómo llegó Friedman a esta conclusión? (Edmund S. Phelps, premio Nobel de Economía de este año, había llegado de manera simultánea e independiente al mismo resultado). Como en el caso de su trabajo sobre el comportamiento de los consumidores, Friedman aplicó la idea del comportamiento racional. Sostenía que después de un periodo de inflación sostenido, las personas introducirían las expectativas de inflación futura en sus decisiones, lo cual anularía cualquier efecto positivo de la inflación sobre el empleo. Por ejemplo, una de las razones por las que la inflación puede aumentar el empleo es que contratar a más trabajadores se vuelve más rentable cuando los precios suben más que los salarios. Pero en cuanto los trabajadores comprenden que el poder de adquisición de sus salarios se verá erosionado por la inflación, exigen por adelantado acuerdos de subida salarial más elevados, para que los salarios alcancen el mismo nivel que los precios. En consecuencia, cuando la inflación se mantiene durante un tiempo, ya no proporciona el mismo impulso al empleo que al principio. De hecho, se producirá un aumento del desempleo si la inflación no cumple las expectativas.

En el momento en que Friedman y Phelps propusieron sus ideas, Estados Unidos tenía poca experiencia con la inflación sostenida. De modo que ésta fue verdaderamente una predicción, en lugar de un intento de explicar el pasado. Sin embargo, en la década de 1970, la inflación persistente puso a prueba la hipótesis de Friedman-Phelps. Sin duda, la correlación histórica entre inflación y desempleo se rompió exactamente como Friedman y Phelps habían predicho: en la década de 1970, mientras la tasa de inflación superaba el 10%, la tasa de desempleo era tan elevada o más que en las décadas de 1950 y 1960, unos años de precios estables. Al fin la inflación se controló en la década de 1980, pero sólo después de un doloroso periodo de desempleo extremadamente elevado, el peor desde la Gran Depresión.

Al predecir el fenómeno de la estanflación, Friedman y Phelps alcanzaron uno de los grandes triunfos de la economía de posguerra. Este triunfo, más que ninguna otra cosa, confirmó a Milton Friedman en su categoría de grande entre los economistas, independientemente de lo que pudiera pensarse de sus demás funciones.

Una interesante anotación: aunque avanzó mucho en la aplicación del concepto de racionalidad individual a la macroeconomía, también sabía dónde parar. En la década de 1970, algunos economistas llevaron más lejos aún el análisis de Friedman, llegando a sostener que no hay una compensación útil entre inflación y desempleo ni siquiera a corto plazo, porque los ciudadanos anticiparán las acciones del Gobierno y aplicarán esa anticipación, así como la experiencia pasada, al establecimiento de precios y a las negociaciones salariales. Esta doctrina, conocida como las "expectativas racionales", se extendió por buena parte de la economía académica. Pero Friedman nunca la aceptó. Su sentido de la realidad le advertía de que esto era llevar demasiado lejos la idea del Homo economicus. Y así se demostró: la conferencia pronunciada por Friedman en 1967 ha superado la prueba del tiempo, mientras que las opiniones más extremas propuestas por los teóricos de las expectativas racionales en los años setenta y ochenta no la han superado.




*Paul Krugman es profesor de Economía en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía 2008

jueves, 14 de mayo de 2009

¿Existen clases sociales?

VICENÇ NAVARRO*
5 mar 2009

En contra de lo que se asume en gran número de medios de información, la estructura social continúa basada en las clases sociales de las cuales, la clase trabajadora es la mayoritaria. Tanto en EE.UU. como en España hay más personas que se definen así mismas como pertenecientes a la clase trabajadora que a las clases medias. El artículo analiza las consecuencias de este hecho.

Hay una percepción ampliamente generalizada en los medios de comunicación de que la mayoría de la población en los países desarrollados pertenece a la clase media. Se admite, por supuesto, que hay un sector de la población que está por encima de la clase media y que se define como la clase pudiente o en lenguaje popular, “los ricos”. Y en el otro polo social existen los pobres, a los que se refiere frecuentemente como la clase baja. Pero excepto estos dos polos, la mayoría de la población se sitúa en la clase media. Como prueba de esta interpretación de la estructura social de nuestros países muchos medios de información muestran el resultado de encuestas en las que la mayoría de la población se autodefine como clase media. Así, en el país que se considera como el país de clase media por antonomasia, EE.UU., la revista Times publica cada año una encuesta en que un porcentaje elevadísimo de la población (74%) se define como clase media. Muchas otras encuestas parecen confirmar esta percepción que se reproduce constantemente en tales medios.

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Ahora bien, la pregunta que la revista Times y otras revistas hacen a la población es la siguiente: “¿Se considera vd. miembro de la clase alta, de la clase media, o de la clase baja?”. Tal como se hace la pregunta, invita a que la mayoría se defina como clase media. Supongamos que alguien le pregunte: “¿Usted es miembro de la clase baja?”. Es probable que tal tipo de pregunta le molestara, pues parece implicar que estamos en una sociedad de castas, preguntándole si pertenece a una casta inferior. Pues bien, el gran número de estudios que en EE.UU. llegan a la conclusión de que la mayoría de estadounidenses se definen como clase media, se basan en este tipo de preguntas. Un tanto semejante ocurre en España.

Si a la población estadounidense se le pide, sin embargo, -como se le ha pedido en raras ocasiones- “Vd. se considera miembro de la clase alta (en Estados Unidos se utiliza el término Corporate Class, la clase de los empresarios de las grandes corporaciones del país), de la clase media o de la clase trabajadora, la respuesta es muy diferente. Hay más ciudadanos y residentes de EE.UU. que se definen como clase trabajadora (54%) que como clase media (38%). Y estas cifras de autopercepción de clase se aproximan bastante a la estructura social que se deriva del último Censo de la Población de EE.UU., la cual es, por cierto, muy semejante a la existente en la mayoría de países de la UE-15 incluyendo España donde se da una situación semejante. En las pocas ocasiones que se le ha preguntado a la ciudadanía española su pertenencia de clases, las respuestas señalan que hay más personas adultas que se definen como clase trabajadora, que como clase media. A pesar de ello, muy pocas personas (incluyendo dirigentes de izquierda) utilizan el término de clase trabajadora para dirigirse a tal clase, temerosos de que los medios de información los consideraran “anticuados”. Se ignora en esta percepción que un término y una categoría científica puede ser antigua, sin ser necesariamente anticuada. La ley de gravedad es muy antigua pero no es anticuada, y si lo duda, salte de un cuarto piso y lo verá. Me preocupa que las izquierdas, al ignorar esta distinción entre antiguo y anticuado estén saltando de un cuarto piso, suicidándose.

En realidad, estudios realizados en EE.UU. muestran que la clase social de una persona es la categoría más importante para explicar desde los gustos culturales a la actitud hacia las políticas públicas (sólo el 8% de las clases pudientes considera que las desigualdades de renta son demasiado altas oponiéndose a políticas públicas redistributivas, mientras que el 82% de la clase trabajadora considera que el gobierno debiera redistribuir mucho más de lo que hace a fin de reducir las desigualdades). La clase social de una persona no es sólo la característica que permite explicar mejor como la gente vive, sino también cómo y cuándo muere. Así, en Estados Unidos, un miembro de la Corporate Class vive quince años más que un trabajador no cualificado con más de cinco años en paro. En España son diez años, y en el promedio de la UE-15, son siete años.

También el comportamiento político está altamente influenciado por la clase social. En la medida que sube el nivel de renta, la población estadounidense vota al Partido Republicano. La mayoría de la clase trabajadora, sin embargo, no vota y cuando lo hace, vota más al Partido Demócrata que al Partido Republicano. La elevadísima abstención de la clase trabajadora en EE.UU. se basa en la percepción generalizada de que las instituciones políticas no representan sus intereses sino los intereses de la Corporate Class, los grupos empresariales y financieros que financian las campañas electorales de los candidatos a puestos políticos. En realidad, los Demócratas pierden o ganan las elecciones debido primordialmente al grado de abstención de la clase trabajadora. La victoria del Partido Republicano desde los años ochenta se basó principalmente en el distanciamiento de la clase trabajadora hacia el Partido Demócrata como consecuencia del abandono del New Deal (el programa de expansión de los derechos sociales y laborales) por parte de tal Partido. El cambio significativo que está experimentando ahora tal partido se debe precisamente a su intento de redescubrir el New Deal a fin de recuperar aquella base electoral perdida.

El abandono del compromiso de expandir los derechos sociales y laborales por parte de muchos partidos europeos de centro izquierda, transformándose en partidos socioliberales, ha causado también el creciente incremento de la abstención de la clase trabajadora o su voto a otras tradiciones políticas más radicales, bien a su derecha (el fascismo con base trabajadora está expandiéndose en Europa) o a su izquierda (tema de un próximo artículo).


*Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y profesor de Políticas Públicas en The Johns Hopkins University

lunes, 11 de mayo de 2009

Final de la película El señor de la guerra (2005)

jueves, 7 de mayo de 2009

Las fuentes del pensamiento de Karl Marx (y II)*




2.- LA ECONOMÍA POLÍTICA INGLESA

Bajo este rótulo encontramos a una serie de autores entre los cuales destacan Adam Smith (1725-1790), considerado el fundador de la Ciencia Económica, y David Ricardo (1772-1883).

En sus escritos, estos autores propusieron una serie de reformas políticas que afectaban a la organización económica de su país, e hicieron diversos análisis de los fundamentos económicos de la sociedad en que vivían.

Será útil para nosotros/as dividir estos dos grupos de ideas: reformas políticas y análisis económicos (o Política de la Economía Política y Economía de la Economía Política), porque a la hora de tratar la crítica de Marx a estos pensadores comprobaremos que, si bien se declara adversario absoluto del primer grupo de ideas, también se reconoce deudor en gran parte de las segundas. (El mismo Lenin ya citado consideraba a Marx como el culminador de la Economía Política.)

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2.1. La Economía de la Economía Política


Aquí sólo mencionaremos, para que nos suenen, algunos temas que Marx tomó, tras una crítica previa, de estos autores. Donde realmente se verán desarrolladas algunas de estas ideas es en el bloque 3: El Capital.

En su obra La riqueza de las naciones expone Adam Smith la teoría de la división y especialización del trabajo como mecanismo adecuado para acrecentar la producción. Y sin embargo, a pesar de resaltar las ventajas económicas de este método, también señala las consecuencias negativas que puede reportar al trabajador repetir una acción puramente mecánica durante horas.

Thomas Robert Malthus (1776-1843), publicó en 1789 su Ensayo sobre el Principio de la Población, donde exponía una “ley de la población” según la cual el crecimiento de la demografía era geométrico (2, 4, 8, 16, 32…), y el de los medios de subsistencia era aritmético (1, 2, 3, 4, 5…). Si esto era cierto en poco tiempo la población mundial sería demasiada para que hubiese alimentos para todos, así que una de las medidas a tomar era el control de la natalidad. Basándose en esta supuesta ley se justificaban también guerras y hambrunas, que reducían el número de habitantes “a su justa medida”. Marx y Engels detestaban profundamente esta supuesta ley, que pronto, como más adelante veremos, quedará desacreditada.

David Ricardo elaboró en su obra Los principios de la Economía Política y Tributación, la que se llamó “ley de hierro de los salarios”, según la cual el precio de cada trabajo es fijado de forma natural: coincide exactamente con el coste de la subsistencia del trabajador.

John Stuart Mill (1806-1873) superó la “teoría clásica del valor” al llamar la atención sobre la importancia de la utilidad del producto junto al coste de producción del mismo. Según esta teoría el coste de un producto viene determinado por su coste de producción (el dinero invertido en su fabricación), Mill apunta que la utilidad del producto es un valor a tener en cuenta a la hora de poner el precio final.


2. 2. Política de la Economía Política

Las reformas políticas que propusieron estos pensadores se centraban en las ideas de democracia y libertad. Se hablaba de democracia como contrapunto a los regímenes autoritarios monárquico y aristocrático, y se pretendía ver en ella un gobierno de y para el pueblo, que los tuviese a todos en cuenta.

La idea de la democracia estaba íntimamente ligada con la de libertad: se pedían libertades políticas, pero sobre todo lo que se pedía era libertad económica.

La principal doctrina económica del liberalismo se llama “laissez faire”, dejar hacer, y estaba dirigida a combatir la intervención del gobierno en los negocios de los súbditos. En aquella época el gobierno del país decidía los precios a los que debían venderse las mercancías o ponía aranceles a ciertas mercancías para proteger a los productores nacionales.

Según los economistas liberales esta intervención de los gobiernos en la Economía de los países era la causante de muchos de los males que se vivían en el campo de la producción y distribución económica, males como la pobreza de la mayoría y el privilegio de unos pocos. Si los gobiernos dejaran de meter las narices, dijeron, la Economía se regularía a sí misma por medio de mecanismos y leyes internas que harían mejorar sensiblemente la situación de todos.

La principal de estas leyes reguladoras era la ley de la competencia, por la cual los precios de las mercancías tenderían a situarse en un mínimo aceptable (su “precio natural”), al tener los productores que competir a la hora de vender.

Otra de estas leyes es la ley de la oferta y la demanda: cuando hay demanda de un producto suben los precios hasta que, con la oportunidad de ganar más dinero, los fabricantes se dedican a fabricar más ese producto, y la oferta llega a superar a la demanda. Entonces los precios bajan hasta un mínimo más bajo que antes. Vamos a poner un ejemplo porque esta ley es fundamental para comprender el pensamiento económico de la época.

Supongamos que un año, por culpa de una mala cosecha de trigo, el precio del pan se duplica. Los agricultores verán la oportunidad, y donde antes plantaban cebada ahora plantan trigo. Pero obviamente esa misma idea la han tenido muchos agricultores, así que al año siguiente hay excedentes de trigo, sobra trigo, o no existe tanta demanda para la oferta que hay. El precio del trigo queda reducido a la mitad.

La balanza de la oferta y la demanda, decían, acaba equilibrando los precios a una medida justa según el trabajo que haya costado producir las mercancías.

Sobre estas dos leyes económicas, principalmente, establece Adam Smith su teoría de la “Mano invisible”. Según Smith existe una especie de mano invisible que regula los mercados hacia un orden armonioso, en el que unos no pueden ganar siempre mientras que otros siempre pierden. De aquí que la intervención del los gobernantes sólo consigue desestabilizar este orden y empeorar las cosas, que tan bien irían de no intervenir éstos promulgando leyes que afecten a la Economía.


2. 3. Crítica de Marx

A la idea de democracia. La crítica de Marx es simple: el hablar de democracia era, para la clase burguesa, hablar de la forma en que podían acceder al poder político, ocupado por entonces por completo por la clase terrateniente aristócrata. Los intereses económicos de estas dos clases eran contrapuestos: el ejemplo de los aranceles sobre el grano en Inglaterra es esclarecedor en ese sentido. Los productores de grano extranjeros vendían más barato que los ingleses, pero el gobierno obligaba a sus burgueses a comprar el grano inglés porque era producido por los terratenientes ingleses, es decir por ellos mismos.

Otro ejemplo de que los ideales democráticos de la burguesía eran una farsa encaminada a conseguir el poder, eran las limitaciones que se hacían al derecho a voto: varones, con un mínimo de propiedades, con ciertos años de antigüedad habitando el mismo domicilio… la burguesía había movilizado a la clase obrera contra los terratenientes, pero una vez que consiguió sus objetivos tuvo que poner freno a los avances políticos del proletariado, sus enemigo de clase natural. Los estudios históricos de Marx (El 18 de Brumario de Luis Bonaparte y Las Guerras Civiles en Francia) revelan el engaño anunciado: por mucho que se dijese lo contrario, intereses de proletariado y burguesía son absolutamente contrarios.

A la idea de libertad. Ya hemos visto que más que de libertad a secas, de lo que hablaban los economistas burgueses era de libertad económica. Es decir, de libertad para hacer sus negocios. Según ellos, todos progresarían si el gobierno dejaba de inmiscuirse en sus negocios, porque llegaría la armonía social y económica que descansaba en leyes tan claras e inmutables como la de la oferta y la demanda.

Desde la perspectiva de la lucha de clases, todo esto sonaba completamente a engañifa. ¿Cómo va a llegar la armonía social siendo los intereses de las clases completamente contrapuestos? Parece ser que, simplemente, los pensadores burgueses no tienen demasiado en cuenta a la clase obrera.

Desde luego quedó también demostrado que eso de la “mano invisible” que regula los mercados hacia la estabilidad y los precios “justos” o “naturales” era una ilusión: Marx llamó la atención sobre las frecuentes crisis por las que pasaba el sistema capitalista, crisis de superproducción en las que la oferta superaba con mucho la demanda y ¡se destruían los productos para mantener los precios en el mercado!

Sobre este punto hace Marx la crítica más demoledora, quizás, al modo de producción capitalista: a una elevadísima organización de la producción le seguía una forma de distribución de los productos completamente desorganizada. ¿Cómo era posible que hubiese crisis de exceso de producción? ¿Cómo era posible que en nombre de la estabilidad del mercado se destruyese el fruto del trabajo del hombre con el hambre y la pobreza que había?

La organización y la maquinaria de las fábricas capitalistas habían multiplicado el poder de las fuerzas productivas, pero el sistema de distribución capitalista era irracional y absurdo. Marx aceptó lo primero como una conquista de la humanidad: por fin los hombres habían logrado la capacidad de fabricar productos para tod@s. Con estas increíbles fuerzas productivas nadie tendría que pasar hambre ni quedar sin vestido, hogar, o las cosas básicas para que pudiera ser feliz. El desarrollo de estas fuerzas era el primer paso hacia el comunismo. El comunismo aparecía como la organización racional y equitativa de la distribución de los productos.



3. EL SOCIALISMO FRANCÉS O UTÓPICO


Los más conocidos socialistas o comunistas utópicos eran los franceses Charles Fourier (1772-1837), Claude Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon (1760-1825), y el inglés Robert Owen (1771-1858).

Estos autores, sensibles al empeoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores tras la Revolución Industrial, propusieron sistemas políticos, económicos y sociales encaminados a mejorar estas condiciones. Su genuino deseo era alcanzar un estado ideal de cosas en que todos fuesen felices realizando su función en la sociedad, pero desde luego eran conscientes de que la nueva clase obrera era la que más lejos se encontraba de poder ser feliz. Las medidas que propusieron (reformistas, nunca revolucionarias) estaban dirigidas principalmente a defender para el obrero y su familia un tipo de vida que le permitieses realizarse como personas y ser felices.

El enorme entusiasmo de estas personas les llevó a intentar poner en práctica sus ideas, y a ello dedicaron tiempo, esfuerzo y dinero hasta arruinarse en algún caso. Los falansterios de Fourier o las home-colonies de Owen fueron experimentos que, si bien demostraron muchas cosas (como que los trabajadores de una fábrica podían dirigirla igual o mejor que un patrón), también fracasaron en su propósito principal. Pero es que su propósito principal no era pequeño: deseaban que, una vez comprobado que sus modelos sociales eran viables, cundiera el ejemplo y fueran adoptados en todas partes.

Su confianza en la razón era tal que, como más adelante dirá Marx, creían que bastaba con comprender su sistema para querer adoptarlo. Y lo que es más, creían que bastaba con querer adoptarlo para poder adoptarlo. Una cosa es desear algo, nos recordará Marx, y otra bien diferente que se den las condiciones para que ese algo pueda realizarse.

Acorde con su confianza en la razón y sus esfuerzos por concienciar a las clases pudientes para que mejorasen las condiciones de vida de los desfavorecidos, es en estos autores su interés por la educación. Fueron de los primeros que se preocuparon por la educación de los hijos de los obreros, y sus modelos educativos fueron, esta vez sí, completamente revolucionarios.


3. 1. Crítica de Marx

¿Cuál es el problema de estos reformadores sociales?

El problema era que durante los años en que estos autores observan, estudian, proponen y practican, el capitalismo no había alcanzado el grado de desarrollo que tenía ya en tiempos de Marx. La industria estaba a medio empezar, y con ella la nueva clase social, el obrero proletario. Como el desarrollo de la lucha de clases es parejo al desarrollo industrial (es la industria la que crea al obrero), en esta época no estaba del todo claro la existencia del antagonismo de clases.

Los llamados socialistas utópicos procuraron, con la mejor de las intenciones, acabar con los problemas de los más pobres y explotados de su sociedad, pero no tenían claramente identificado el problema. Así, apelaban al capitalista a ayudar a los obreros por encima de sus intereses económicos, como si todos fuesen parte de una gran familia, pero sin darse cuenta de que la familia estaba dividiéndose más que antes: por un lado burgueses explotadores, por otro proletarios explotados.



4. ¿ECONOMISTA, POLÍTICO, FILÓSOFO, HISTORIADOR?

Actualmente los escritos de Karl Marx son estudiados en las facultades universitarias de Filosofía, Ciencias Políticas, Historia, y por supuesto, Economía. Pero decir que Marx era filósofo, o economista, o político, es reducir las múltiples facetas de su persona en una sola. Marx fue, ante todo, un hombre que vivió en el mundo real, y que sabía que en el mundo real todas estas materias, filosofía, política, historia, religión, ciencias, economía… están íntimamente relacionadas en algo de lo que no se pueden separar: el hombre.

Su principal interés fue precisamente ese: las personas. Y más concretamente el mejorar las condiciones de vida de esa gran población más desfavorecida, acabando con la explotación que sufrían. Sus profundas investigaciones y certeros análisis históricos, sus impresionantes estudios económicos, su práctica política… iban encaminadas a este fin. Desde este punto de vista (desde el mundo mismo, no desde un aula de una Universidad o Instituto cualquiera) las fronteras entre economía, religión, política…, que ahora se estudian por separado, no son ni mucho menos tan evidentes como podíamos pensar. Ahí está Karl Marx para llamarnos la atención sobre ello.



*Estos materiales pertenecen a la colección Acercarse a Carlos Marx, elaborada por Atrapasueños para la Fundación de Investigaciones Marxistas

lunes, 4 de mayo de 2009

Nosotros decimos no

EDUARDO GALEANO*

Éste es el discurso de inauguración de las jornadas de Chile crea, en Santiago de Chile, a mediados de 1988:


Hemos venido desde diversos países, y estamos aquí, reunidos a la sombra generosa de Pablo Neruda: estamos aquí para acompañar al pueblo de Chile, que dice no.

También nosotros decimos no.

Nosotros decimos no al elogio del dinero y de la muerte. Decimos no a un sistema que pone precio a las cosas y a la gente, donde el que más tiene es el que más vale, y decimos no a un mundo que destina a las armas de guerra dos millones de dólares cada minuto, mientras cada minuto mata treinta niños por hambre o enfermedad curable. La bomba de neutrones que salva a las cosas y aniquila a la gente, es un perfecto símbolo de nuestro tiempo. Para el asesino sistema que convierte en objetivos militares a las estrellas de la noche, el ser humano no es más que un factor de producción y de consumo y un objeto de uso; el tiempo, no más que un recurso económico; y el planeta entero una fuente de renta que debe rendir hasta la última gota de su jugo. Se multiplica la pobreza para multiplicar la riqueza, y se multiplican las armas que custodian esa riqueza, riqueza de poquitos , y que mantienen a raya la pobreza de todos los demás, y también se multiplica, mientras tanto la soledad: nosotros decimos no a un sistema que no da de comer ni da de amar, que a muchos condena al hambre de comida y a muchos más al hambre de abrazos.

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Decimos no a la mentira. La cultura dominante, que los grandes medios de comunicación irradian en escala universal, nos invita a confundir el mundo con un supermercados o una pista de carreras, donde el prójimo puede ser una mercancía o un competidor, pero jamás un hermano. Esa mentirosa cultura, que cursimente especula con el amor humano para arrancarle plusvalía, es en realidad una cultura del desvínculo: tiene por dioses a los ganadores, los exitosos dueños del dinero y el poder, y por héroes a los uniformados rambos que les cuidan las espaldas aplicando la Doctrina de seguridad Nacional. Por lo que dice y por lo que calla, la cultura dominante miente que la pobreza de los pobres no es un resultado de la riqueza de los ricos, sino que es hija de nadie, proviene de la oreja de una cabra o de la voluntad de Dios, que hizo a los pobres perezosos y burros. De la misma manera, la humillación de unos hombres por otros no tiene porqué motivar la solidaria indignación o el escándalo, porque pertenece al orden natural de las cosas: las dictaduras latinoamericanas, pongamos por caso, forman parte de nuestra exhuberante naturaleza y no del sistema imperialista del poder.

El desprecio traiciona la historia y mutila al mundo. Los poderosos fabricantes de opinión nos tratan como si no existiéramos, o como si fuéramos sombras bobas. La herencia colonial obliga al llamado Tercer mundo, habitado por gente de tercera categoría, a que acepte como propia la memoria de sus vencedores y a que compre la mentira ajena para usarla como si fuera la propia verdad. Nos premian la obediencia, nos castigan la inteligencia y nos desalientan la energía creadora. Somos opinados, pero no podemos ser opinadores. Tenemos derecho al eco, no a la voz, y los que mandan elogian nuestro talento de papagayos. Nosotros decimos no: nos negamos a aceptar esta mediocridad como destino.

Nosotros decimos no al miedo. No al miedo de decir, al miedo de hacer, al miedo de ser. El colonialismo visible prohibe decir, prohibe hacer, prohibe ser. El colonialismo invisible, más eficaz, nos convence de que no se puede decir, no se puede hacer, no se puede ser. El miedo se disfraza de realismo: para que la realidad no sea irreal, nos dicen los ideólogos de la impotencia, la moral ha de ser inmoral. Ante la indignidad, ante la miseria, ante la mentira, no tenemos más remedio que la resignación. Signados por la fatalidad, nacemos haraganes, irresponsables, violentos, tontos, pintorescos y condenados a la tutela militar. A lo sumo, podemos aspirar a convertirnos en prisioneros de buena conducta, capaces de pagar puntualmente los intereses de una descomunal deuda externa contraída para financiar el lujo que nos humilla y el garrote que nos golpea.

Y en este cuadro de cosas, nosotros decimos no a la neutralidad de la palabra humana. Decimos no a quienes nos invitan a lavarnos las manos ante las cotidianas crucifixiones que ocurren a nuestro alrededor. A la aburrida fascinación de un arte frío, indiferente, contemplador del espejo, preferimos un arte caliente, que celebra la aventura humana en el mundo y en ella participa, un arte irremediablemente enamorado y peleón. ¿Sería bella la belleza si no fuera justa?, Sería justa la justicia si no fuera bella?. Nosotros decimos no al divorcio de la belleza y de la justicia, porque decimos sí a su abrazo poderoso y fecundo.

Ocurre que decimos no, y diciendo no estamos diciendo sí.

Diciendo no a las dictaduras, y no a las dictaduras disfrazadas de democracias, nosotros estamos diciendo sí a la lucha por la democracia verdadera, que a nadie negará el pan ni la palabra y que será hermosa y peligrosa como un poema de Neruda o una canción de Violeta.

Diciendo no al devastador imperio de la codicia, que tiene su centro en el norte de América, nosotros estamos diciendo sía otra América posible, que nacerá de la más antigua de las tradiciones americanas, la tradición comunitaria: la tradición comunitaria que los indios de Chile defienden, desesperadamente, de derrota en derrota, desde hace cinco siglos.

Diciendo no a la paz sin dignidad, estamos diciendo síal sagrado derecho de rebelión contra la injusticia y su larga historia, larga como la historia de la resistencia popular en el largo mapa de Chile.

Diciendo no a la libertad del dinero, nosotros estamos diciendo sía la libertad de las personas: libertad maltratada y lastimada, mil veces caída, como Chile, y como Chile, mil veces alzada.

Diciendo no al egoísmo suicida de los poderosos, que han convertido al mundo en un vasto cuartel, nosotros estamos diciendo sía la solidaridad humana, que nos da sentido universal y confirma la fuerza de fraternidades más poderosas que todas las fronteras con todos sus guardianes: esa fuerza que nos invade, como la música de Chile, y como el vino de Chile nos abraza.

Y diciendo no al triste encanto del desencanto, nosotros estamos diciendo sía la esperanza, la esperanza hambrienta y loca y amante y amada, como Chile: la esperanza obstinada como los hijos de Chile rompiendo la noche.


*Eduardo Galeano es escritor y periodista uruguayo