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jueves, 30 de abril de 2009

La Toma (Argentina, 2004)

lunes, 27 de abril de 2009

Las fuentes del pensamiento de Karl Marx (I)*


En este texto clásico, titulado Las tres fuentes del Marxismo, Lenin enumera y expone brevemente estas tres fuentes: lo mejor de la filosofía alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés.

La doctrina de Marx suscita en todo el mundo civilizado la mayor hostilidad y el mayor odio de toda la ciencia burguesa (tanto la oficial como la liberal), que ve en el marxismo algo así como una "secta perniciosa". Y no puede esperarse otra actitud, pues en una sociedad regida sobre la lucha de clases no puede haber una ciencia social “imparcial”. De un modo u otro, toda la ciencia oficial y liberal defiende la esclavitud asalariada, mientras que el marxismo ha declarado una guerra implacable a esa esclavitud. Esperar una ciencia imparcial en una sociedad de esclavitud asalariada, sería la misma pueril ingenuidad que esperar de los fabricantes imparcialidad en cuanto a la conveniencia de aumentar los salarios de los obreros, en detrimento de las ganancias del capital.

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Pero hay más. La historia de la filosofía y la historia de las ciencias sociales enseñan con toda claridad que no hay nada en el marxismo que se parezca al “sectarismo”, en el sentido de una doctrina encerrada en sí misma, rígida, surgida al margen del camino real del desarrollo de la civilización mundial. Al contrario, el genio de Marx estriba, precisamente, en haber dado solución a los problemas planteados antes por el pensamiento avanzado de la humanidad. Su doctrina apareció como continuación directa e inmediata de las doctrinas de los más grandes representantes de la filosofía, la economía política y el socialismo.

La doctrina de Marx es todopoderosa porque es exacta. Es completa y armónica y ofrece a los hombres una concepción del mundo íntegra, intransigente con toda superstición, con toda reacción y con toda defensa de la opresión burguesa. El marxismo es el sucesor legítimo de lo mejor que la humanidad creó en el siglo XIX: la filosofía alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés.
Vamos a determinar brevemente en estas tres fuentes del marxismo, que son, a la vez, sus tres partes integrantes
(Tres fuentes del marxismo. V.I. Lenin).

Engels y Marx mismo eran conscientes de que éstos eran pilares básicos de su pensamiento, así que, remedando a Lenin en su esquema, intentaremos explicar de forma clara estas tres fuentes que convergen en el río del pensamiento de Carlos Marx.


1. LA FILOSOFÍA ALEMANA

1.1. Hegel y la dialéctica

El término dialéctica viene de la Grecia Clásica y está relacionado con diálogo, con lo que no es raro que Platón llamase dialéctica a la forma de conocimiento más elevado si recordamos que todas sus obras están escritas en forma de diálogo. El sentido que le da Hegel tiene también mucho que ver con el diálogo.

Para Hegel la dialéctica es un esquema lógico, un método del pensamiento por el que las ideas se suceden unas a otras y van desarrollándose. Este esquema, aplicado a la realidad, da como resultado una concepción del mundo que va progresando a lo largo del tiempo gracias a sucesivas contradicciones.

Veamos primero en qué consiste el método dialéctico y luego veremos algunas aplicaciones que nos permitirán entenderlo mejor.

La dialéctica para Hegel es un proceso que tiene tres momentos:

- El Primero de ellos es la Tesis, posición o afirmación.

- El Segundo la Antítesis, negación o contradicción.

- El Tercer momento es la Síntesis, la negación de la negación o la superación de la contradicción.

Podemos poner un ejemplo del mismo Hegel, lo que él llamó “la dialéctica de la libertad”:

- Posición: todos deseamos ser absolutamente libres, sin trabas en forma de reglas que nos impidan hacer lo que queramos.

- Contradicción: descubrimos que algunas reglas, como las de no pegarnos o robarnos unos a otros nos benefician porque vivimos más tranquilos, así que sacrificamos nuestra libertad.

- Superación de la contradicción: terminamos considerando que reglas como las contrarias a la violencia o al robo no son límites a nuestra libertad, sino que parte de nuestra libertad está precisamente en acatar dichas reglas, en elegir seguirlas libremente.

Lo que antes era contradicción ha quedado superado y englobado dentro de nuestra libertad. En este tercer momento hemos hecho síntesis de los dos anteriores, nos seguimos sintiendo libres habiendo superado la contradicción de la antítesis. Puede decirse que hemos avanzado, que nuestro movimiento ha sido de progreso.

Una imagen que nos puede dar una idea del progreso dialéctico es una espiral en movimiento, la síntesis anterior se convierte en la tesis del siguiente círculo y así sucesivamente. Por lo tanto, pensar dialécticamente consiste para Hegel en buscar las relaciones de oposición de los conceptos, superarlas, e integrar lo obtenido en una totalidad superior a la que a la vez se le encuentra una relación de oposición que será a su vez superada...
Aplicando este esquema a la Historia podemos entender con Hegel que los procesos históricos no tienen un desarrollo progresivo y lineal, sino, como hemos visto, un desarrollo de tipo circular o espiral.

Pero, ¿cuál era para Hegel el motor de ese movimiento dialéctico que encontramos en el desarrollo de la Historia? ¿Qué es lo que hacía progresar el mundo paso a paso, síntesis a síntesis? Era el Espíritu o la Idea.

Hegel ve la Historia de la Humanidad como el desarrollo de la Idea según el esquema dialéctico. Lo que hace la Idea es llegar al autoconocimiento en este recorrido.

1. La idea en sí, se afirma a sí misma en la existencia. Tesis.

2. La Idea se sitúa fuera de sí, queda alienada o enajenada, se ve a sí misma desde fuera. Antítesis.

3. La Idea para sí. La idea supera la contradicción y vuelve a estar consigo misma, pero al verse desde fuera se ha conocido, ha llegado a la autoconciencia. Por haber llegado al conocimiento de sí misma, en este tercer momento se dice que la Idea es para sí, en vez de en sí.


1. 2. Feuerbach y la Alienación Religiosa

Desde su punto de vista ateo y materialista Feuerbach tenía que responder ante la evidencia de que muchos hombres, tal vez mayoría, creyesen en cosas tales como Dios y un mundo futuro en el que prevalecería la justicia y en el cual se verían recompensados o castigados los actos realizados en éste.

Para responder centró su atención en el Hombre, en vez de hacerlo en preguntas que requerían respuestas metafísicas sobre, por ejemplo, la inexplicable existencia del mundo o de Dios. Tal vez por ello se dice que su ateísmo es humanista.

Y una vez centrada la atención en los hombres, Feuerbach se da cuenta de que las cualidades con que éstos pintan a los dioses son precisamente las que ellos desean para sí, y que las características con que imaginan el “otro mundo” son exactamente las que echan en falta de éste. Dios es inmortal y todopoderoso. En el “cielo” reinan la justicia, la abundancia, la armonía, la permanencia... todo aquello de lo que se carece en la tierra. Todas estas ideas de seres y mundos inmateriales no son más, entonces, que ilusiones que tienen los hombres como compensación a las miserias y desgracias de este mundo. El origen de la religión es completamente psicológico, la razón de la existencia de las ideas religiosas hay que buscarla en este mecanismo de la mente humana que inventa mundos y seres maravillosos para compensar el sufrimiento real.

Gracias a este mecanismo psicológico de invención de ilusiones, el hombre religioso ha quedado “alienado”. El término viene del latín, alienus, que significa “ajeno”, así que un hombre alienado es un hombre ajeno a sí mismo. Un hombre alienado es, entonces, un hombre cuya esencia de hombre le es ajena, cuya esencia está en algo exterior a sí mismo o su humanidad.

Un hombre alienado por la religión es un hombre que pone su esencia en las ideas religiosas y se olvida de sí mismo. Por ejemplo, está en la esencia humana el ser feliz y buscar la felicidad, pero un hombre alienado por la religión traspasará su felicidad a ese mundo futuro en vez de buscarla y cumplirla en este mundo, el único que conoce.

Sin embargo, cuando el hombre llega darse cuenta de esto, de que él mismo es el creador del Ser Superior al que se ha subordinado, alcanza la autoconciencia y se libera de la alineación.

Siguiendo el patrón del esquema dialéctico, lo que Feuerbach ha hecho es sustituir la idea de la Idea por la idea de Hombre. Usa la dialéctica como ley del desarrollo humano, igual que Hegel la usó como ley de desarrollo histórico o de desenvolvimiento de la Idea.

1. El Hombre en sí. (Que no se conoce)

2. El Hombre fuera de sí. Se proyecta a sí mismo, perfeccionado, al exterior, e inventa a Dios, un Ser Superior al que se subordina. Queda alienado por la religión

3. El Hombre para sí. Ha descubierto, “al verse desde fuera”, que los atributos que le daba a Dios son sus propios atributos. Al conocerse a sí mismo, y con ello la raíz de su alineación, la hace desaparecer.


1.3. Marx, de la Alienación a la Explotación

a) Las dos relaciones fundamentales del Hombre (de la persona).

Marx hace la siguiente crítica a Feuerbach: Feuerbach no es materialista porque cuando nos habla del hombre lo hace como de una idea en abstracto, sin tener en cuenta sus relaciones con la Naturaleza y con lo demás hombres.

Cuando Marx piensa en los hombres lo hace teniendo en cuenta estas relaciones, porque estas relaciones son parte integrante e indispensable de lo que es una persona. Imaginemos la diferencia entre el hombre de Feuerbach y el hombre de Marx.

Lo primero que Marx encuentra de su hombre es que necesita comer para vivir, y para comer transforma la naturaleza sacando provecho de ella: recolecta frutos, caza, cultiva la tierra, pastorea… Las personas, para vivir, para seguir siendo personas, necesitan producir una serie de cosas, empezando por los alimentos y siguiendo por la ropa, los instrumentos de caza y cultivo, lo necesario para su cobijo, etc.

La producción de esta serie de cosas es la actividad fundamental que tienen que llevar a cabo los hombres. Antes que hacer cualquier otra cosa, inventar las matemáticas, descubrir leyes físicas, pensar en Dios…, los hombres tienen que tener cubiertas sus necesidades básicas.

Estas necesidades, esta exigencia de producir para vivir, la cubre la transformación de la naturaleza. También absolutamente fundamental son las relaciones que los hombres mantienen con sus semejantes, a los que se encuentra unido, además de por lazos afectivos, por la necesidad que tienen de producir.

Escuchemos a Marx en su Trabajo asalariado y Capital: “En la producción, los hombres no actúan solamente sobre la naturaleza, sino que actúan también los unos sobre los otros. No pueden producir sin asociarse de un cierto modo, para actuar en común y establecer intercambio de actividades. Para producir, los hombres contraen determinados vínculos y relaciones, y a través de éstos vínculos y relaciones sociales, y sólo a través de ellos, es como se relacionan con la naturaleza y como se efectúa la producción.”

Estas relaciones de producción pueden tomar y de hecho han tomado diferentes formas a lo largo de la Historia del hombre. Entre la ayuda mutua y la esclavitud más violenta existe un amplio abanico de formas de producción y formas de explotación que podemos adivinar nosotros mismos. Nos puede servir de ayuda hacer un recorrido histórico: Antigüedad (esclavitud violenta o a la fuerza), Edad Media (Feudalismo y relaciones de vasallaje), Capitalismo (esclavitud asalariada)…

b) De la alienación religiosa a la explotación económica

Empezamos con Feuerbach hablando de Religión y hemos terminado hablando de Economía. ¿Cuál es, para Marx, la relación entre ambas?

Para Marx el problema de la alienación religiosa tiene, mayormente, una solución económica. Según Feuerbach la persona alienada por la religión lo es porque le faltan las cosas necesarias para ser feliz en este mundo, así que lo primero que hay que hacer, piensa Marx, es darle precisamente esas cosas que le faltan y que le permitirán buscar su propia felicidad. En un mundo sin miseria, piensa Marx, la religión no tendría razón de ser.

La alienación o explotación económica consiste, más o menos, en que los productos de tu trabajo te son alienados por una fuerza ajena que se los apropia y los hace suyos. Acabando con esta explotación que produce miseria se acabaría, según Marx, con ese otro problema que parece tan lejano.




*Estos materiales pertenecen a la colección Acercarse a Carlos Marx, elaborada por Atrapasueños para la Fundación de Investigaciones Marxistas

jueves, 23 de abril de 2009

Demagogia y realismo

SANTIAGO ALBA*
24 sep 2008

El mismo día en que la FAO informa de que el hambre afecta ya a casi 1.000 millones de seres humanos y valora en 30.000 millones de dólares la ayuda necesaria para salvar sus vidas, la acción concertada de seis bancos centrales (EEUU, UE, Japón, Canadá, Inglaterra y Suiza), inyecta 180.000 millones de dólares en los mercados financieros para salvar a los bancos privados.

Frente a un dato como éste sólo caben dos alternativas: o somos demagógicos o somos realistas. Si invoco la ley natural de la oferta y la demanda y digo que en el mundo hay mucha más demanda de pan que de operaciones de cirugía estética y mucha más de alivios contra la malaria que de vestidos de alta costura (y mucha más también de viviendas que de créditos hipotecarios); si reclamo un referéndum kantiano que pregunte a los ciudadanos europeos si prefieren destinar las reservas monetarias de su país a salvar vidas o a salvar bancos, estoy siendo sin duda demagógico. Si, contra la razón y la ética, acepto que es más urgente, más necesario, más conveniente, más eficaz, más provechoso para la humanidad, impedir la ruina de una aseguradora y la quiebra de una institución bancaria que dar de comer a miles de niños, socorrer a las víctimas de un huracán o curar el dengue, entonces estoy siendo realista.

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No hay en mis palabras ni una brizna de ironía. Las cosas son así: una verdad redonda que no consiente aplicación es demagógica; una monstruosidad puntiaguda que no admite alternativa es realista. Para tener mucho o tener poco –o incluso para tener sólo las ganas de tener algo- hay que dejar de lado todas las redondeces y aceptar todas las puntas y todos los pinchos. La minoría organizada que gestiona el capitalismo –ministros, banqueros, ejecutivos multinacionales, corredores de bolsa y periodistas económicos- puede invocar a Hayek con arrogancia en momentos de bonanza y exigir con aplomo la intervención del Estado cuando está a punto de despeñarse porque sabe que su impunidad es proporcional a nuestra dependencia. Por eso mismo -admitámoslo- los ciudadanos europeos convocados a un hipotético referéndum kantiano (“el banco o la vida”) responderíamos sin duda con realismo a favor de los bancos, conscientes de que todo lo que nos importa –desde el abrazo de nuestras novias hasta la sonrisa de nuestros niños- es una concesión suya. La minoría organizada que nos gobierna ha tomado como rehén a la humanidad y, si no acudimos en ayuda de los secuestradores, puede ahora rematarnos a todos.

Para una humanidad cautiva es realista ceder al chantaje y dejar a un lado la verdad, la compasión, la sensibilidad, la solidaridad. Un sistema que, cuando las cosas van bien, mata de hambre a 1.000 millones de personas y que si van mal puede acabar con todo el resto, es un sistema no sólo moral sino también económicamente fracasado. En esto tiene razón el periodista Iñaki Gabilondo y es bueno, casi ya revolucionario, que lo escuche mucha gente [1]. Pero se equivoca al evocar la caída del Muro de Berlín, por muy retóricamente eficaz que sea la ocurrencia, porque si algo tuvo que ver el capitalismo en la derrota de la Unión Soviética, no puede decirse que la Unión Soviética –ya desaparecida- sea la causa de la agonía capitalista. El capitalismo, sencillamente, no funciona.

Hay algo hermoso, emocionante y precursor en el hecho de que seis Estados poderosos hayan coordinado una acción concertada para intervenir masivamente en la economía: eso es lo que se llama “planificación”. En tiempos de Marx, el capitalismo era sólo “una excepción en algunas regiones del planeta” y, si ha llegado a cubrir el conjunto de la superficie del globo, ha sido gracias a una permanente intervención estatal, a una “planificación” ininterrumpida que combinaba y combina los desalojos de tierras, las acciones armadas, las medidas proteccionistas, los golpes de Estado y los acuerdos internacionales. Nunca a lo largo de la historia un experimento económico ha dispuesto de medios más poderosos ni de condiciones más favorables para demostrar su superioridad. En los últimos sesenta años, la minoría organizada que gestiona el capitalismo global se ha visto apoyada, a una escala sin precedentes, por toda una serie de instituciones internacionales (el FMI, el Banco Mundial, la OMC, el G-8, etc.) que han excogitado en libertad, y aplicado contra todos los obstáculos, políticas de liberalización y privatización de la economía mundial. Después de 200 años de existencia libre, apoyado, defendido, apuntalado por todos los poderes y todas las instituciones de la tierra, el trasto viejo y homicida nos ha traído hasta aquí: 1.000 millones de seres humanos se están muriendo de hambre y, si no corremos ahora a socorrer a los culpables, los demás quizás acabemos enterrados con los más pobres después de habernos matado unos a otros.

Parece, pues, que planificar para salvar bancos y aseguradoras no sirve. ¿Y planificar para salvar vidas? Esto no lo hemos probado aún. Capitalismo y socialismo no se retaron en mundos paralelos y en igualdad de condiciones, cada uno en su laboratorio desinfectado y puro, sino que el socialismo nació contra el capitalismo histórico, para defenderse de él, y nunca ha fracasado porque nunca ha tenido ni medios ni apoyos para poner a prueba su modelo. Lo poco que intuimos en la actualidad es más bien esperanzador: a partir de una historia semejante de colonialismo y subdesarrollo, el socialismo ha hecho mucho más por Cuba que el capitalismo por Haití o el Congo. Cuando se habla de “socialismo en un solo país” se olvida que igualmente imposible es “el capitalismo en un solo país” y que por eso se ha dotado de una musculosa organización internacional capaz de penetrar todos los rincones y todas las relaciones. ¿Qué pasaría si la ONU decidiese aplicar su carta de DDHH y de Derechos Sociales? ¿Si la FAO la dirigiese un socialista cubano? ¿Si el modelo de intercambio comercial fuera el ALBA y no la OMC? ¿Si el Banco del Sur fuese tan potente como el F.M.I? ¿Si todas las instituciones internacionales impusiesen a los díscolos capitalistas programas de ajuste estructural orientados a aumentar el gasto público, nacionalizar los recursos básicos y proteger los derechos sociales y laborales? ¿Si seis bancos centrales de Estados poderosos interviniesen masivamente para garantizar las ventajas del socialismo, amenazadas por un huracán? Podemos decir que la minoría organizada que gestiona el capitalismo no lo permitirá, pero no podemos decir que no funcionaría.

Cuba es el único país del mundo en el que, incluso después de un ciclón que ha destruido el 15% de sus viviendas, lo realista sigue siendo salvar vidas y lo demagógico robarle la comida a un hermano. En EEUU, tras el paso del mismo ciclón, lo realista es que la fiscalía de Texas monte un dispositivo para proteger de los delincuentes sexuales a las víctimas de la catástrofe y lo demagógico es pedir ayuda económica al gobierno. Ahora Iñaki Gabilondo se lo ha dicho a millones de españoles que creían esto eterno y natural: planificar para salvar bancos no sirve. ¿Y planificar para salvar vidas? Es el único medio que existe para que el realismo deje de ser criminal y la verdad, la compasión y la solidaridad dejen de ser demagógicas.


* Santiago Alba es filósofo y escritor español, miembro de Rebelión.

lunes, 20 de abril de 2009

El último discurso de Salvador Allende

jueves, 16 de abril de 2009

Vida y obra de Carlos Marx*

Marx nació en Tréveris, en la Renania alemana, el 5 de mayo de 1818 en el seno de una familia de ascendencia judía. Su padre que - había abandonado sus creencias y costumbres judías y se convirtió al protestantismo- ejercía de abogado y era leal a la autoridad del rey de Prusia, Federico Guillermo III, quien había planteado una abierta hostilidad hacia la comunidad judía y todo aquello que no fuera “alemán” tras la derrota de Napoleón. En este ambiente de censura y presión sobre las creencias de la familia creció Marx que terminó por rechazar cualquier forma de vida o institución religiosa, tal como lo expresó en el libro Sobre la cuestión judía (1844).

Durante su infancia estuvo acompañado por su vecino que le proporcionaba lecturas y charlas que Marx recordaría durante toda su vida. Aquel amigo sería más tarde su suegro ya que se casaría con su hija.

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En la universidad

En su adolescencia ya destacaba por su inteligencia y su curiosidad intelectual. Su padre quiso que siguiera la carrera de derecho al igual que él, así que lo envió a Bonn, ciudad en la que tan sólo estuvo un año. Se trasladó a Berlín en cuya universidad se encontró con la nueva filosofía alemana que dominaba la casi totalidad de la vida universitaria: el hegelianismo. Se sintió tan fuertemente atraído por ese pensamiento que abandonó las clases de derecho. Junto a otros pensadores como L. Feuerbach, Max Stirner y Moses Hess interpretó el método dialéctico de Hegel, pero aplicándolo a condiciones materiales de la vida real de la humanidad. Tras las críticas al hegelianismo oficial, que era un movimiento reaccionario, algunos miembros de la universidad se dedicaron a desarrollar otra interpretación de la realidad a partir de la dialéctica de Hegel. Éstos eran llamados los “jóvenes hegelianos”.

Por aquel entonces, algunos burgueses radicales de Renania, que tenían puntos de contacto con aquellos hegelianos (también llamados hegelianos de izquierda), fundaron en Colonia un periódico de oposición: La Gaceta Renana (cuyo primer número salió el 1 de enero de 1842). Se propuso a Marx y a Bruno Bauer que fueran sus principales colaboradores; en octubre de 1842 Marx se convirtió en el redactor en jefe del periódico y se trasladó de Berlín a Colonia. Su trabajo en la Gaceta Renana (1842) le valieron muy pronto un enfrentamiento político muy serio con las autoridades prusianas. En esos artículos expresaba lo que ya sería su preocupación intelectual y vital a lo largo de su vida: las condiciones legales, laborales, sociales y económicas en las que vivían los campesinos del Mosela, los pobres que robaban madera podrida de los bosques circundantes y todos aquellos grupos marginados de la sociedad. Al Diario el gobierno lo sometió primero a una doble y luego a una triple censura, para decidir más tarde, el 1 de enero de 1843, cerrarlo definitivamente. Marx se vio obligado a dejar la redacción antes de esa fecha, sin que su salida lograse tampoco salvar el periódico, que dejó de publicarse en marzo de 1843.

En el París revolucionario

Entonces Marx emprende su camino de agitador político hacia un exilio definitivo fuera de su país; su primer destino fue París, la capital revolucionaria de los siglos XVIII y XIX. En París, bajo la dictadura tolerante de Luis Felipe, Marx fue configurando de un modo casi definitivo las grandes líneas de su pensamiento y de su acción revolucionaria.

En 1843 Karl Marx se casó con Jenny Von Westphalen en contra de los deseos de la mayoría de su familia. Con ella emigró a París. En esta ciudad conoció a Frederich Engels, un inglés hijo de un industrial que sería su amigo y compañero de luchas para el resto de su vida. Ambos pensadores colaboraron y se apoyaron en la construcción de todo una teoría económica, política y social que siglos después sigue despertando interés.

Las obras de aquella época revelan ya el sentido crítico de su obra pues de ellas se aprecia la crítica a todas las fuentes filosóficas anteriores. Parte de la crítica a la Filosofía del Derecho y de la Historia y del Estado de Hegel y se adentra en la crítica a la Economía Política inglesa con sus Manuscritos Filosóficos (1844). Sus lecturas de los economistas ingleses (Adam Smith y David Ricardo) y de los socialistas franceses (Proudhon, Saint-Simon, Fourier) le obligan a replantear su hegelianismo de modo ya definitivo y a tratar de elaborar un nuevo pensamiento del ser humano, de la sociedad y de la historia. Sus críticas a la filosofía idealista alemana de corte hegeliano como la Bruno Bauer son ya demoledoras (así lo escribe en La Sagrada Familia,1845) y su rechazo radical de toda forma de socialismo romántico es patente en su obra La miseria de la filosofía (1847). Esta obra es una crítica al pensamiento de Proudhon. Que escribió una obra con el título La filosofía de la miseria. La construcción de nueva teoría de la historia y de la sociedad tiene ya como único objetivo para Marx la revolución social y el cambio del orden capitalista.

Algo más que un amigo... acerca de Frederich Engels

Friedrich Engels nace el 28 de noviembre de 1820 en Barmen (Inglaterra), donde su padre posee una fábrica textil. Cursa sus estudios en Barmen y Eberfeld y luego pasa dos años en Manchester donde observa la miseria de la clase obrera, que describe en “La situación de las clases trabajadoras en Inglaterra” (1845). Sus análisis se unen a los de Karl Marx, al que conoce en París en agosto de 1844, participando en el “Manifiesto Comunista” (1848).

Su empleo en Manchester, en una empresa financiada por su padre, le permite ayudar materialmente a Marx.

Participa en los trabajos de la Primera Internacional y publica una serie de obras como el “Anti-Duhring”, donde critica los puntos de vista del profesor Karl Eugen Duhring y constituye una exposición sistemática de los problemas filosóficos y científicos que Marx no había tratado.

En “La dialéctica de la naturaleza” (1873 y 1886, inacabada y publicada en la URSS en 1925), Engels aún lleva más lejos la generalización filosófica. De los resultados de las ciencias naturales, extrae la afirmación de que la naturaleza obedece a las leyes dialécticas.

El materialismo dialéctico se convertía en una concepción total del mundo, sobre la que cabe la pregunta de hasta qué punto permanecía fiel a la idea marxista del “fin de la filosofía”.

A la muerte de Marx, en 1883, Engels le sustituye en su papel teórico y político. Publica el segundo y tercer libro de “El Capital”. Desempeña un papel muy importante en la dirección de la Segunda Internacional. En “El origen de la familia, la propiedad privada y del Estado” (1884) utilizó los trabajos del antropólogo Lewis Morgan para desarrollar la concepción materialista de la preshistoria y la teoría marxista del Estado. Muere el 5 de agosto de 1895.

El Manifiesto Comunista

En 1845, por el insistente pedido del gobierno prusiano, Marx fue expulsado de París como revolucionario peligroso. Se trasladó a Bruselas. En la primavera de 1847, Marx y Engels se incorporaron a una sociedad secreta de propaganda, llamada la Liga de los Comunistas, en la cual en su II Congreso (noviembre de 1847, en Londres) tuvieron destacada participación y por encargo del cual escribieron el famoso Manifiesto del Partido Comunista, que apareció en febrero de 1848. El Manifiesto comunista ha sido el libro más leído por todos los revolucionarios del siglo XIX y XX. En ese libro se hallan escritas de forma sencilla las ideas fundamentales que han alimentado las esperanzas de millones de seres humanos hasta hoy.

Marx vio en las revoluciones de 1848 , que se extendieron por toda Europa, el signo de una victoria final sobre el capitalismo que llevarían a la implantación de sus ideales sociales en todo el mundo. Sin embargo la realidad fue otra y tras el fracaso de las revoluciones de París y Alemania Marx experimenta cambios importantes en su visión de cómo se va a realizar el cambio del capitalismo a una sociedad igualitaria.

En Londres, la capital de la industrialización

En 1849 marchó a Londres, capital de un imperio industrial y financiero y de una época regida por la moral victoriana, conservadora y burguesa. Allí vivió aislado del ambiente intelectual inglés rodeado por su familia, en medio de graves penurias económicas y de diversas enfermedades que únicamente la inquebrantable amistad y el soporte económico de Engels conseguían aliviar. Durante su estancia en la capital británica era conocido por sus largas visitas al Museo Británico, donde leía multitud de libros y perfeccionaba su comprensión del inglés.


Colaboró en revistas y periódicos de diferentes países, sobre todo en el New Herald York Tribune, y tuvo intención de emigrar hacia Estados Unidos pero no lo pudo hacer. En Londres, con la ayuda de Engels, forjó sus obras más completas del materialismo histórico y dialéctico, que nunca fueron un tratado sistemático ni un dogma cerrado de interpretación de la realidad. En 1859 apareció su obra Contribución a la Crítica de la Economía Política y en 1867 el primer volumen de El Capital, en el que ya aparece la síntesis marxista que recoge todas las aportaciones anteriores (economía inglesa, materialismo francés y alemán, dialéctica hegeliana, socialismo...), pero fundidas en un nuevo modo de comprender la naturaleza y la historia: el materialismo histórico, una nueva forma de comprender la historia de la Humanidad. Los siguientes volúmenes de El Capital (segundo y tercero) no pudieron ser publicados durante su vida y son obras póstumas.

Sus restantes obras del período londinense muestran un Marx sumamente interesado por la historia y por la sociología. Así escribió el 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852), La Guerra Civil en Francia (1871) y Crítica al Programa de Gotha (1875). En este período participa como impulsor en la organización de la Asociación Internacional de Trabajadores (1864), conocida más popularmente como La Internacional. Los últimos años de la vida de Marx, trascurrieron con sesiones de trabajo junto a Engels, paseos con su familia los fines de semana, atención a las cartas de numerosos revolucionarios del mundo o aprendiendo ruso. Sus últimos años fueron tortuosos debido a la pobreza y la enfermedad que le minaba las fuerzas para escribir la obra que Marx consideraba más importante: El Capital.

Murió en el año 1883, tras haber realizado una obra teórica y revolucionaria de las más importantes de su siglo.



*Estos materiales pertenecen a la colección Acercarse a Carlos Marx, elaborada por Atrapasueños para la Fundación de Investigaciones Marxistas

lunes, 13 de abril de 2009

Voces contra la globalización. Capítulo 1: Los amos del mundo

jueves, 9 de abril de 2009

El retraso social de España

VICENÇ NAVARRO*
26 mar 2009

Una de las características del estado del bienestar en España es su subdesarrollo. Según Eurostat, España en el año 2006 (el último año con datos comparables) era el país, después de Portugal, que tenía el gasto social por habitante más bajo de la Unión Europea de los Quince (UE-15), el grupo de países de desarrollo económico semejante al nuestro. En aquel año, el PIB per cápita de España había alcanzado ya a ser el 93% del promedio de la UE-15 y, sin embargo, el gasto público social per capita era sólo el 70% del promedio de la UE-15.

¿A qué se debe este retraso social? Una de las mayores causas es el enorme subdesarrollo social que la España democrática heredó del sistema dictatorial anterior. Cuando el dictador murió, el gasto público social en España era sólo un 14% del PIB, muy inferior al promedio (22%) de los países que más tarde constituirían la UE-15. Ni qué decir tiene que mucho se ha hecho durante los 32 años de democracia. Pero el hecho es que en 2006 –29 años en democracia– continuábamos a la cola de la Europa (UE-15) social. Y es probable que en 2009 continuemos a la cola a pesar de los avances considerables que se han hecho durante el periodo 2004-2009.

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De ahí que debamos considerar que existen otras causas, además de la insensibilidad social de la dictadura, que determinan el retraso social de España. Y una de ellas es el enorme poder que las fuerzas conservadoras (la monarquía, la nomenclatura del Estado franquista, el Ejército, la Iglesia, la banca, la patronal, y los medios conservadores) tuvieron en el proceso (erróneamente definido como modélico) de transición de la dictadura a la democracia, que lideraron aquel proceso y dominaron la vida económica y política del periodo democrático. Las enormes movilizaciones populares en el periodo 1975-1978 (España fue el país con mayor número de huelgas en Europa durante aquellos años) fueron determinantes en forzar el fin de la dictadura (el dictador murió en la cama, pero la dictadura murió en la calle), mas no fueron suficientemente fuertes para provocar una ruptura y cambiar las condiciones que permitieron la continuación del dominio político de aquel enorme bloque de poder. Y una de estas condiciones fue la Ley Electoral, cuyos primeros borradores surgieron de la nomenclatura del Estado dictatorial, y que, tras ser modificado, fue adoptado por el Gobierno Suárez en 1978, dando gran dominio a las fuerzas conservadoras, discriminando a las zonas urbanas, a la clase trabajadora y a los partidos de izquierda (tal y como autores de aquel proyecto, como Herrero de Miñón y Calvo Sotelo, reconocieron).

Una consecuencia de ello es que el sistema electoral español es uno de los menos proporcionales y menos representativos de los existentes. Ello explica que aún cuando en todas las elecciones legislativas al Parlamento español (excepto en 1977, 1979 y 2000), el electorado español ha dado muchos más votos a los partidos de izquierdas que a los partidos de derechas, España no ha tenido un Gobierno mayoritario de izquierdas (o apoyado por una mayoría de izquierdas) durante la mayor parte del periodo democrático. Sólo ocurrió durante el periodo 1982-1993; en los otros periodos el partido mayoritario de las izquierdas, el PSOE, se alió con las derechas nacionalistas más que con los partidos a su izquierda, resultado en parte de la enorme discriminación que el sistema electoral ejerce hacia estos partidos y también consecuencia de la enorme presión ejercida por aquel bloque de poder que lideró la transición. Y es ahí donde hay que buscar las causas del subdesarrollo social de España. Es bien conocido que, en general, a mayor fuerza de las izquierdas, mayor desarrollo de los derechos sociales y laborales en un país y de su estado del bienestar. El mejor indicador de esto es Suecia, donde las izquierdas gobernaron por más tiempo desde la II Guerra Mundial. En aquel país, 32 años (1945-1977) fueron suficientes para convertirse en el país con mayor sensibilidad social del mundo. No así en España. La debilidad de las izquierdas es causa de ello.

El bipartidismo refrendado en la Ley Electoral, continuista del año 1985, ha favorecido al aparato del partido mayoritario dentro de las izquierdas, el PSOE, permitiéndole tener más escaños, pero ha dificultado la implementación de su programa, pues este no se ha podido desarrollar en su totalidad por falta del apoyo parlamentario de las otras izquierdas, apoyo que podría haber tenido si hubiera existido en España un sistema auténticamente proporcional. Por cierto, tal falta de proporcionalidad aparece también en las CCAA como lo muestran las últimas elecciones gallegas, en las que los votos a los partidos de izquierda (PSOE, BNG y EU-IV) fueron 811.641, más que los votos a los partidos de derecha (PP y TEGA), que sumaron 808.153. A pesar de ello, el PP ganó la mayoría de escaños, permitiéndole gobernar.

Pero queda por responder cómo es que este subdesarrollo del estado del bienestar no ha tenido mayor visibilidad política y mediática en España. La razón es que los establishments políticos y mediáticos, constituidos en su mayoría por individuos que pertenecen al 30% de la población de renta superior del país, no quedan afectados por las grandes insuficiencias de los servicios públicos del estado del bienestar. Envían a sus hijos a las escuelas privadas concertadas (que tienen un gasto por alumno superior a las públicas) y, cuando caen enfermos, van a la medicina privada (cuyo tiempo promedio de visita es de 18 minutos; el promedio en la pública es de 8 minutos), o reciben trato preferencial en la pública. De ahí que no sean plenamente conscientes del retraso social en España. Y su poder político y mediático es enorme. Y así estamos.


*Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y profesor de Políticas Públicas en The Johns Hopkins University

lunes, 6 de abril de 2009

La crisis económica, por Juan Torres López*






*Juan Torres López es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga

jueves, 2 de abril de 2009

¿Quién cabe en el mundo?

CARLOS FERNÁNDEZ LIRIA*
22 Ene 2008

Si nuestros sistemas políticos fueran lo que dicen ser, en todos los parlamentos se estaría discutiendo ahora una gráfica elaborada por Mathis Wackernagel, investigador del Global Footprint Network (California). Pero no parece que el asunto haya llamado demasiado la atención. Y sin embargo, la gráfica resulta demoledora para las más firmes certezas de nuestra clase política y, por supuesto, para los criterios más evidentes de los votantes. Sobre todo, en un mundo político en el que izquierda y derecha se llenan la boca con los objetivos del “desarrollo sostenible”.

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La cosa es bien sencilla. El eje vertical representa el Índice de Desarrollo Humano (IDH), elaborado por Naciones Unidas para medir las condiciones de vida de los ciudadanos tomando como indicadores la esperanza de vida al nacer, el nivel educativo y el PIB per cápita. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) considera el IDH “alto” cuando es igual o superior a 0’8, estableciendo que, en caso contrario, los países no están “suficientemente desarrollados”. En el eje horizontal se mide la cantidad de planetas Tierra que sería preciso utilizar en el caso de que se generalizara a todo el mundo el nivel de consumo de un país dado. Wackernagel y su equipo hicieron los cálculos para 93 países entre 1975 y 2003. Los resultados son estremecedores y sorprendentes. Si, por ejemplo, se llegara a generalizar el estilo de vida de Burundi, nos sobraría aún más de la mitad del planeta. Pero Burundi está muy por debajo del nivel satisfactorio de desarrollo (0’3 de IDH). En cambio, Reino Unido, por ejemplo, tiene un excelente IDH. El problema es que, para conseguirlo, necesita consumir tantos recursos que, si su estilo de vida se generalizase, nos harían falta tres planetas Tierra. EEUU tiene también buena nota en desarrollo humano; pero su “huella ecológica” es tal que harían falta más de cinco planetas para generalizar su estilo de vida.

Repasando el resto de los 93 países, se comprende que hay motivos para que el trabajo de Wackernagel se titule El mundo suspende en desarrollo sostenible. Como no hay más que un planeta Tierra, es obvio que sólo los países que se sitúen en el área coloreada de la gráfica (por encima de un 0’8 en IDH, sin sobrepasar el número 1 de planetas disponibles) tienen un desarrollo sostenible. Sólo los países comprendidos en esa área serían un modelo político a imitar, al menos para aquellos políticos que quieran conservar el mundo a medio plazo o que no estén dispuestos a defender su derecho (¿quizás racial, divino o histórico?) a vivir indefinidamente muy por encima del resto del mundo.

Ahora bien, ocurre que el área en cuestión está prácticamente vacía. Hay un solo país en el mundo que –por ahora al menos– tiene un desarrollo aceptable y sostenible a la vez: Cuba.

La cosa, por supuesto, da mucho que pensar. Para empezar porque es fácil advertir que la mayor parte de los balseros cubanos huyeron y huyen del país buscando ese otro nivel de consumo que no puede ser generalizado sin destruir el planeta, es decir, reivindicando su derecho a ser tan globalmente irresponsables, criminales y suicidas como lo somos los consumidores estadounidenses o europeos. Tendríamos muy poca vergüenza, desde luego, si condenásemos la pretensión de los demás de imitar el modo como devoramos impunemente el planeta. Pero se reconocerá que la imagen mediática del asunto cambia de forma radical: de lo que realmente huyen es del consumo responsable en busca del Paraíso del consumo suicida y, por intereses estratégicos de acoso a Cuba, se les recibe como héroes de la Libertad en vez de cerrarles las puertas como se hace con quienes huyen de la miseria, por ejemplo, de Burundi (a quienes se trata como una plaga de la que hay que protegerse).

A nivel general, la cosa es mucho más interesante. Es muy significativo que el único país sostenible del mundo sea un país socialista. Suele ser un lugar común entre los economistas que el socialismo resultó ruinoso e ineficaz desde un punto de vista económico. Sorprende que, en un mundo como éste, la falta de competitividad pueda aún considerarse una acusación de peso. En términos de desarrollo sostenible, la economía socialista cubana parece ser máximamente competitiva. En términos de desarrollo suicida, no cabe duda, el capitalismo lo es mucho más.

El mayor reproche que se puede hacer al sistema capitalista es, precisamente, que es incapaz de detenerse e incapaz incluso de ralentizar la marcha. El capitalismo es un sistema preso de su propio impulso. El economista J. K. Galbraith decía que “entre los muchos modelos de lo que debería ser una buena sociedad, nadie ha propuesto jamás la rueda de la ardilla”. Sin embargo, nos encontramos con que, aunque nadie lo haya propuesto, este absurdo parece haberse impuesto de hecho: en el capitalismo cada uno trata de imponerse a la competencia aumentando su productividad para no perder mercado pero, al encontrarse todos en la misma carrera, no llega nunca el momento en que pueda detenerse este aumento ininterrumpidamente creciente del ritmo y la consiguiente dilapidación de recursos.

Ante esta dinámica absurda, debemos exigir el derecho a pararnos. No podemos permitir que nuestros ministros de Economía nos sigan convenciendo de que “crecer” por debajo del 2 ó 3% es catastrófico, y no podemos permitir que nuestros políticos sigan proponiendo como solución a los países pobres que imiten a los ricos. Es materialmente imposible. El planeta no da para tanto. Cuando proponen ese modelo saben que, en realidad, están defendiendo algo muy distinto: que nos encerremos en fortalezas, protegidos por vallas cada vez más altas, donde poder literalmente devorar el planeta sin que nadie nos moleste ni nos imite. Es nuestra solución final, un nuevo Auschwitz invertido en el que en lugar de encerrar a las víctimas, nos encerramos nosotros a salvo del arma de destrucción masiva más potente de la historia: el sistema económico internacional.


*Carlos Fernández Liria es profesor titular de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid